martes, 5 de junio de 2018

149.- UN BANQUETE A REGAÑADIENTES


149.- 
Recientemente vi una fotografía de la galaxia del Sombrero tomada por el telescopio espacial Hubble. Esta galaxia es una de las que nunca antes había sido observada por ojos humanos, ¡y ella sola -una más entre los miles de millones de galaxias que sabemos que existen- tiene ‘ochocientos mil millones de soles’! Vuelve a leer este número, si es que no te ha tirado ya de espaldas. Salta a la vista que a Dios le chifla la abundancia y el exceso, y sus verdaderos seguidores comparten esa generosidad, recibiéndola primero, descansando en ella y dejando luego que fluya a través de ellos hacia el mundo. Cuando nos damos cuenta de la abundancia de Dios, no podemos por menos de responder como uno de los congregados en torno a la mesa: "¡Dichoso el que coma en el reino de Dios!" (Lc 14,15).
Seguimos viendo cómo el tema del banquete aparece como imagen de las bodas de Caná y en las numerosas comidas de Jesús, tanto con discípulos como con pecadores. Por último, asoma también en lo que llamamos la última cena, que para muchos de nosotros se convirtió en la maravillosa y permanente comida eucarística. Así y todo, incluso la eucaristía ha sido presentada habitualmente como un sistema de recompensa por la buena conducta, un concurso de méritos, un sistema sacrificial. A menudo lo entendemos más como un sistema de creencias que como la sencilla y gratuita comensalia que era para Jesús y sus primeros indignos seguidores.
Antes de nada, Jesús incluye a quienes eran del todo incapaces de entender lo que él decía (no parece que se requiera creer “de qué manera" exactamente el pan es su cuerpo), a dos traidores (Judas y Pedro) y, de hecho, a varones judíos escandalizados y desconcertados que nunca habrían podido beber "sangre" (cf. Lv 17,12). Beber sangre los habría convertido en pecadores y en impuros conforme a la ley. La última cena fue una reunión de personas indignas; y eso, por no hablar de Juan reclinando la cabeza sobre el pecho de Jesús, algo que habría incomodado grandemente a la mayoría de los varones.
Es posible que ya hubieran empezado a comprender que el mensaje de Jesús era siempre sanador, arriesgado, nuevo e inclusivo del llamado "elemento contaminante". ¡Esa es la manera en la que transformó el elemento contaminante! Su última comida fue una repetición de aquello mismo de lo que había sido acusado: "comer con pecadores" (Mc 2,16). Los apóstoles recordaban su práctica habitual y no tenían miedo, al menos en la Iglesia primitiva (1Cor 11,18-20).
Como ya ha quedado dicho, Dios todavía está intentando regalarse a sí mismo. Sin embargo, nadie parece querer a Dios; lo que queremos es más bien un sistema de méritos y dignidades. Nos gustan los concursos en los que se trata de ser superiores a los demás. Quiero algo de lo que pueda decir que lo he ganado yo. Los dones totalmente gratuitos no dicen nada sobre mí. Por eso, Dios eligió a María de Nazaret, un "perfecto aparato receptor de radio", para ser el arquetipo de la salvación.

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