148.-
Los
banquetes como apoyo audiovisual
En el Nuevo Testamento, y particularmente
en la actividad de Jesús, la imagen más común de lo que Dios nos ofrece es un
banquete. No es un trofeo ni un premio ni una recompensa futura, sino una
jubilosa y participativa fiesta aquí y ahora. Un banquete tiene mucho que ver
con invitar y con aceptar la invitación; nunca es una representación que
obedezca a una orden. No hace falta más que percatarse del claro patrón que se
perfila en el propio texto en evolución para que ello resulte evidente. Me
limitaré a ofrecer unas cuantas indicaciones adicionales que culminarán en la
eucaristía misma.
Tenemos, por ejemplo, la hermosa parábola
del banquete de bodas (Mt 22,1-14). Aquí, el rey envía a sus criados a invitar
a todos al banquete. Los invitados aducen buenas excusas para no acudir. Estas
excusas tienen que ver con el hecho de haberse casado recientemente, con andar
ocupados, con tener un trabajo o un negocio pendiente. Nada de ello es malo;
únicamente "andan atareados con muchas cosas" que les apartan de
"lo único importante" (Lc 10,42), que es el banquete de la consciente
unión con Dios.
No son tanto pecados de la carne lo que
impide a la gente acudir al banquete, sino más bien las obsesiones diarias con
pequeñas cosas sin importancia: el no ser capaz de ver más allá de "la
sombra y el disfraz", el no captar la "profundidad de las
cosas", tal como lo formula Gerard Manley Hopkins. La espiritualidad nos
enseña básicamente que ‘el interior de las cosas es mayor que su
exterior’.
Al final de la parábola (Mt 22,9), el rey
dice: "Id a los cruces de caminos y a cuantos encontréis, malos y
buenos, invitadlos a la boda". Esta frase nos ha chocado a los
cristianos desde el comienzo mismo. Nunca hemos sabido muy bien cómo
interpretarla, precisamente porque asumimos que el mensaje de Jesús es ante
todo un asunto moral en el que es evidente que no hay sitio para los
"malos". Una vez que uno se percata de que se trata primordialmente
de una cuestión mística, de la realización de la unión, se replantea todo el
itinerario y uno se descubre casi por casualidad a sí mismo en proceso de
devenir "moral". Pero no es la moral lo que nos brinda acceso al
banquete.
Lucas 14 contiene tres relatos diferentes
de banquetes. En todos estos relatos, los invitados eluden el banquete o tratan
de establecer jerarquías dentro de él o simplemente se niegan a acudir, Al
igual que en Mt 22, el anfitrión casi tiene que "obligar" a la genta
a acudir a su banquete e incluso da un consejo absurdo: "Cuando ofrezcas
una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes ni a los
vecinos ricos" (Lc 14,12).
Una vez enumeradas las personas a las que
sería lógico invitar, el anfitrión dice: no los invites, "porque te
invitarían a su vez y quedarás pagado". (Recuerda que, para Jesús, todas
las recompensas son inherentes a la acción, no algo que deba esperarse para más
tarde). Pero esto es también una advertencia contra los sistemas de
reciprocidad del ego, así como una invitación a la pura gratuidad. ¿Cómo es
posible que durante tanto tiempo no hayamos entendido esto? Sospecho que la
mente mercantil es consustancial a nosotros y no podemos pensar al margen de
ella. La gracia nos resulta demasiado revolucionaria.
Jesús siempre está debilitando lo que
consideramos que es de sentido común. Pienso que este pasaje no constituye
tanto un llamamiento a amar a los pobres cuanto un llamamiento a pensar de
forma no dualista, a cambiar por completo nuestra conciencia. "Cuando des
un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, ‘porque ellos no pueden pagarte’ (Lc
14,13). Pues eso significará que has adoptado una mentalidad diferente, la cual
te permitirá leer tu vida entera desde una visión del mundo marcada por la
abundancia en vez de por la escasez. Eso, por cierto, hará que empieces a amar
a los pobres, de manera casi natural.

No hay comentarios:
Publicar un comentario