martes, 5 de junio de 2018

148.- UN BANQUETE A REGAÑADIENTES


148.- 
Los banquetes como apoyo audiovisual
En el Nuevo Testamento, y particularmente en la actividad de Jesús, la imagen más común de lo que Dios nos ofrece es un banquete. No es un trofeo ni un premio ni una recompensa futura, sino una jubilosa y participativa fiesta aquí y ahora. Un banquete tiene mucho que ver con invitar y con aceptar la invitación; nunca es una representación que obedezca a una orden. No hace falta más que percatarse del claro patrón que se perfila en el propio texto en evolución para que ello resulte evidente. Me limitaré a ofrecer unas cuantas indicaciones adicionales que culminarán en la eucaristía misma.
Tenemos, por ejemplo, la hermosa parábola del banquete de bodas (Mt 22,1-14). Aquí, el rey envía a sus criados a invitar a todos al banquete. Los invitados aducen buenas excusas para no acudir. Estas excusas tienen que ver con el hecho de haberse casado recientemente, con andar ocupados, con tener un trabajo o un negocio pendiente. Nada de ello es malo; únicamente "andan atareados con muchas cosas" que les apartan de "lo único importante" (Lc 10,42), que es el banquete de la consciente unión con Dios.
No son tanto pecados de la carne lo que impide a la gente acudir al banquete, sino más bien las obsesiones diarias con pequeñas cosas sin importancia: el no ser capaz de ver más allá de "la sombra y el disfraz", el no captar la "profundidad de las cosas", tal como lo formula Gerard Manley Hopkins. La espiritualidad nos enseña básicamente que ‘el interior de las cosas es mayor que su exterior’.
Al final de la parábola (Mt 22,9), el rey dice: "Id a los cruces de caminos y a cuantos encontréis, malos y buenos, invitadlos a la boda". Esta frase nos ha chocado a los cristianos desde el comienzo mismo. Nunca hemos sabido muy bien cómo interpretarla, precisamente porque asumimos que el mensaje de Jesús es ante todo un asunto moral en el que es evidente que no hay sitio para los "malos". Una vez que uno se percata de que se trata primordialmente de una cuestión mística, de la realización de la unión, se replantea todo el itinerario y uno se descubre casi por casualidad a sí mismo en proceso de devenir "moral". Pero no es la moral lo que nos brinda acceso al banquete.
Lucas 14 contiene tres relatos diferentes de banquetes. En todos estos relatos, los invitados eluden el banquete o tratan de establecer jerarquías dentro de él o simplemente se niegan a acudir, Al igual que en Mt 22, el anfitrión casi tiene que "obligar" a la genta a acudir a su banquete e incluso da un consejo absurdo: "Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes ni a los vecinos ricos" (Lc 14,12).
Una vez enumeradas las personas a las que sería lógico invitar, el anfitrión dice: no los invites, "porque te invitarían a su vez y quedarás pagado". (Recuerda que, para Jesús, todas las recompensas son inherentes a la acción, no algo que deba esperarse para más tarde). Pero esto es también una advertencia contra los sistemas de reciprocidad del ego, así como una invitación a la pura gratuidad. ¿Cómo es posible que durante tanto tiempo no hayamos entendido esto? Sospecho que la mente mercantil es consustancial a nosotros y no podemos pensar al margen de ella. La gracia nos resulta demasiado revolucionaria.
Jesús siempre está debilitando lo que consideramos que es de sentido común. Pienso que este pasaje no constituye tanto un llamamiento a amar a los pobres cuanto un llamamiento a pensar de forma no dualista, a cambiar por completo nuestra conciencia. "Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, ‘porque ellos no pueden pagarte’ (Lc 14,13). Pues eso significará que has adoptado una mentalidad diferente, la cual te permitirá leer tu vida entera desde una visión del mundo marcada por la abundancia en vez de por la escasez. Eso, por cierto, hará que empieces a amar a los pobres, de manera casi natural.

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