miércoles, 6 de junio de 2018

146.- UN BANQUETE A REGAÑADIENTES


146.- 
Un buen maestro espiritual plantea siempre a sus discípulos un dilema deliberado, a fin de alentarlos a la decisión. Eso mismo hizo Moisés en sus últimos días: "Te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. ¡Elige la vida!" (Dt 30,20).
Esto se prolonga de una forma u otra en muchos de los profetas, incluido Jesús, quien formula su dilema radical como: "Dios o el dinero" (Mt 6,24; Lc 16,13). Durante siglos, esto solía traducirse como: "Dios o Mammón", presumiblemente porque el uso directo de la palabra "dinero" por parte de Jesús resultaba -y sigue resultando- demasiado embarazoso y condenable para la mayoría de nosotros, al igual que ocurre con la palabra "infierno". Las disyuntivas proféticas se plantean sin términos medios, de forma deliberadamente dualista, a fin de obligar a quien las escucha o lee a sopesar las consecuencias, a decidirse, a cobrar conciencia.
Lo que pretendía ser un llamamiento así de imperioso se congeló en la imaginación, siendo identificado con lugares geográficos. Incluso el papa Juan Pablo II calificó esto de incorrecto en la audiencia general del 28 de julio de 1999, que saltó a los titulares. Cuando fue falsamente interpretado como un lugar geográfico, el infierno dejó de cumplir la función descriptiva y propiciadora de decisiones que le correspondía y, en vez de ello, pasó a ser un concepto agavillador de las amenazas en gran medida inútiles de miembros de la Iglesia que son padres exasperados.
Metáforas como estas y otras han tenido una inestimable influencia en la religión, la psique y el arte del mundo occidental. En lugar de ser entendidas como imágenes de estados de vida, se han convertido en amenazas, pero también, por así decir, en zanahorias colgadas de un palo. La mayoría de las religiones parecen conocer metáforas parecidas que simbolizan los imperativos últimos; es una manera importante de decir que nuestras decisiones tienen consecuencias y significado en la eternidad. Como afirmó J.A.T. Robinson en la década de 1960, proporcionan una vida guiada por automatismos y con un necesario choque existencial.
Por desgracia, hemos hecho de ellas lugares ‘físicos’ en vez de descripciones de estados de la mente y el corazón, de llamamientos a optar ya ‘en este mundo’. Justo eso es lo que señalaba Juan Pablo II. Hemos desplazado todo al futuro, evacuándolo del presente. Procediendo así, hemos perdido el poder transformador consustancial a la religión cristiana. La amenaza y el miedo no operan verdadera transformación. La religión cristiana se convirtió en una sociedad para la salvación del alma en el mundo futuro en lugar de ser sanación del cuerpo, el alma y la sociedad ya ahora y, por consiguiente, para siempre.

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