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¿Éxtasis
o vertedero de basura?
A algún santo se le atribuye la afirmación:
"Si preguntásemos a quienes están en el infierno si son felices, la
mayoría respondería que sí". "Infierno" es un término que
describe a las personas que han llegado a sentirse cómodas con la nada, con una
"no vida", con una existencia muerta, contentándose con ello. Eso es
todo lo que han conocido, todo lo que esperan. Conozco mucha gente que este
preciso momento vive así. El infierno se realiza en el futuro solo porque es
permitido y elegido ahora.
Yo lo formularía de la siguiente manera:
la puerta del infierno oscila en ambos sentidos. Nadie está en él a menos que
quiera estar allí, y quién desee más siempre puede decidir de forma distinta.
Pero cuando veo como la gente aquí se resiste al cambio y lo evita, puedo
entender por qué las Escrituras usaron la metáfora del "fuego eterno"
y trágico. La posibilidad lógica de un infierno eterno debe ser admitida, aun
cuando, curiosamente, la Iglesia nunca ha declarado que ninguna persona
concreta esté en él.
Al cielo no va a ir nadie que no quiera
estar allí; y tampoco al infierno va a ir nadie que no quiera estar allí (?).
Es ahora, justo ahora, cuando cada uno de nosotros se decanta, y Dios nos da
exactamente lo que queremos. ¿Quieres la vida, quieres vivir intramuros de
Jerusalén, donde "mamarás de sus pechos, te saciarás de sus consuelos y
apurarás las delicias de sus ubres abundantes" (Is 66,11)? ¿O prefieres la
"gehena", el vertedero de basura extramuros de Jerusalén, donde
"el gusano no muere ni el fuego se apaga (Is 66,24)? Ese es siempre el
dilema, y en estos versículos conclusivos del libro del profeta Isaías las
alternativas son descritas dramáticamente.
Se convirtieron en metáforas arquetípicas
usadas durante siglos en la tradición judía, e incluso por el propio Jesús. Sin
embargo, se utilizaban con tanto dramatismo que llegaron a ser entendidas
literalmente y ubicadas en lugares concretos. Esto ha tenido desafortunadas
consecuencias para generaciones y generaciones de cristianos, quienes a menudo
no se percataron de que tomar esas metáforas al pie de la letra convertía al
Dios en un eterno torturador. Es una idea absurda, pues, en tal caso, Dios
amaría menos que nosotros. Y no hay que olvidar el uso de nociones tan
materiales como las de fuego y combustión, cuando el cuerpo físico está ya, de hecho,
muerto. Ya solo eso debería habernos puesto sobre aviso de que estamos tratando
con una metáfora, si bien muy vigorosa.
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