142.-
En
2Sm 7, David quiere construir a Yahvé una casa para probarle que es un buen
chico. A través de Natán, Yahvé le dice a David: "No quiero que me
construyas una casa. ‘Yo’ te la
construiré a ‘ti’. Te daré paz con
todos tus enemigos. Yahvé te hará grande. Yahvé te construirá una casa y,
cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados,
protegeré eternamente a tus descendientes".
Este pasaje puede ser llamado el
"gran giro", y yo añadiría: el giro necesario. Todos empezamos
pensando que vamos a hacer algo por Dios y, al final de nuestra vida, nos damos
cuenta de que Dios lo ha hecho todo por nosotros. Comenzamos por la disposición
a suscribir una alianza bilateral con Dios y terminamos percatándonos de que
esa alianza es, en su mayor parte, unilateral. ¡La gracia ha rellenado todos
los huecos!
En ese punto de inflexión oímos David
pronunciar una bella oración en respuesta a Dios, una oración que yo llamo la «oración
del "pero ¿quién soy yo"?». (Esta es la oración que todos
pronunciamos cuando se nos concede la gracia. Es la oración de María en la
Anunciación, así como la ininterrumpida oración nocturna de san Francisco en la
cueva). "¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia para que me hayas
hecho llegar hasta aquí?" (2Sm 7,18ss), dice David.
Permitirse uno a sí mismo ser amado
por Dios es ser amado por Dios. Permitirse uno a sí mismo ser
elegido es ser elegido. Permitirse uno a sí mismo ser bendecido es ser
bendecido. Es difícil aceptar ser aceptado, en especial por Dios. Se
requiere una cierta clase de humildad para rendirse a ello y más aún para
perseverar en creerlo. Cualquier persona utilizada por Dios sabe que esto es
verdad: Dios elige y luego utiliza a quien él quiere, y la capacidad de estas
personas de ser utilizadas por Dios deriva de su disposición a permitirse a sí
mismas ser elegidas en primer lugar. ¡Qué gran paradoja!
El amor de Dios es constante e irrevocable;
la parte que a nosotros nos toca es estar abiertos a él y dejarnos transformar.
No hay absolutamente nada que podamos hacer para mover a Dios a amarnos más de
lo que ya nos ama; y tampoco hay absolutamente nada que podamos hacer para
moverlo a amarnos menos. ¡Es nuestro sino! La única diferencia es la que existe
entre quienes consienten en ello y quienes no, pero tanto unos como otros son
amados de forma objetiva y por igual. Quien se percata de ello sencillamente lo
disfruta y extrae vida siempre nueva de esa toma de conciencia.
Aunque esa ha sido la historia de toda mi
vida, yo todavía no me lo creo plenamente, porque se me antoja demasiado bueno,
algo que desborda mis más audaces esperanzas: tal vez sea un intento de darme
ánimos a mí mismo, tal vez pensamiento desiderativo, tal vez "gracia barata",
tal vez deficiente teología. Pero luego leo los relatos de los santos bíblicos
y conozco santos en prisiones y hospitales, y sus vidas me dicen que eso es
cierto. Son siempre pecadores en rehabilitación y saben que Dios no los ama
porque sean buenos, sino porque Él es bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario