139.-
Elección
libre y gratuita
La idea de gracia se desarrolla a través
de conceptos de elección personal. Eso es lo que audazmente terminará siendo
denominado amor de alianza o amor entre "iguales" (en cierto
sentido). Recuerda: globalmente, la Biblia se mueve hacia la posibilidad de
intimidad, de unión con Dios, de personalidad plena; y para que eso ocurra,
tiene que existir cierto grado de "identidad". No me cansaré de
repetir que, de este modo, te percatarás de la trayectoria y estarás preparado
para la solución que Dios te ofrezca.
En el libro del Deuteronomio, Dios dice a
Israel: "Si Yahvé se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser
vosotros más numerosos que los demás, porque sois el pueblo más pequeño; sino
que, por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a
vuestros padres, os sacó Yahvé de Egipto con mano fuerte y os rescató de la
esclavitud" (Dt 7,7-8).
¡Esta cita y su pauta continua y constante
constituyen los cimientos de toda nuestra teología de la gracia! Dios no eligió
a los israelitas ni los amó porque fueran buenos, sino en razón de una decisión
libre y arbitraria. Desde el comienzo mismo, la elección divina es
absolutamente libre, gratuita e indiferente a todo criterio de dignidad o
mérito. Nunca ha sido un "concurso de méritos", y el favor divino
nunca lo será. Esto les resulta muy difícil de aceptar a casi todas las
personas. Sencillamente no es computable.
Recuerdo una pegatina para coches de hace
muchos años, diseñada por algunos miembros de nuestra Comunidad de Nueva
Jerusalén haciéndose eco de algo que yo les repetía una y otra vez: "Dios
no te ama porque seas bueno, sino que eres bueno porque Dios te ama".
Me dio mucha alegría que eligieran aquella frase; pero pienso que, treinta años
después, tenemos que mejorarla. Hoy yo diría: "Dios no te ama porque seas
bueno; Dios te ama porque Él es bueno". Ambas sentencias son
ciertas; de hecho, cuanto mayor me hago, tanto más me convenzo de que es Dios
quien da todo y nosotros quienes recibimos todo.
Dios es siempre -y para siempre- quien
toma la iniciativa, mientras que nosotros nos limitamos invariablemente a
responderle. Esto no quiere decir que la semilla de mostaza que es nuestra
respuesta carezca de importancia, pero aun así se trata de "la más pequeña
de las semillas" (Mt 13,32). Si todo lo que se está constatando del
universo es cierto, Dios se muestra como muy humilde y paciente. Hace uso de
todo lo que ofrecemos y parece agradecer sumamente hasta el más mínimo esfuerzo
de relación por nuestra parte. Ese es el deseo de fe que se requiere en
nosotros, y se trata de algo incluso importante. De lo contrario, no sería una
alianza, sino más bien una coerción. No hay ninguna prueba de que Jesús sane a
quienes lo merecen. Sana a personas deseosas de ser sanadas, ¡pero es Dios
quien suscita ese deseo!
La elección divina comienza con la
absolutamente impredecible elección del pueblo esclavizado que era Israel, pero
se prolonga en la continua elección divina de personas bastante normales para
la realización de tareas extraordinarias. Su currículum y sus destrezas son
siempre de todo punto inadecuados, pero es ‘la experiencia misma de ser elegidos la que
de algún modo las habilita para llevar a cabo tales tareas’.
Quizá no hay ejemplo más claro que el de
la utilización por Dios de una persona tan poco preparada como David. La
absolutamente libre e inmerecida elección divina es de algún modo
"escandalosa" e incluso disparatada. Walter Brueggemann llama a esto
con razón "el escándalo de la particularidad". ¿Por qué aquí?
¿Por qué esto? ¿Por qué él? ¿Por qué ella? No existe respuesta, salvo la
libertad de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario