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Cuando
el perdón deviene en gran medida un proceso jurídico, quienes estamos al mando
podemos mensurarlo, determinar quién está dentro y quien fuera, inventar
maneras de obtenerlo y excluir a los indignos. ‘Ello propicia una buena religión, pero no una buena espiritualidad’.
Hemos destruido la posibilidad de que la mayoría de las personas experimenten
alguna vez el puro don del perdón divino. Hemos apartado a la gente de Dios,
cuyo perdón no puede ser ganado por medio de técnica alguna. Solo puede ser
recibido, siempre es recibido como puro don, ‘y precisamente’ esa es la experiencia que nos cambia de forma tan
profunda. De lo contrario, ¡no es gracia!
Para la mayoría de nosotros, el mundo de
recompensa y castigo es el marco con el que todos comenzamos de niños. ¡Siempre
he dicho que, si tuviera tres hijos que gritaran sin cesar, también yo
adoptaría el patrón de crimen y castigo! "Solo te daré el pirulí si te
portas bien". O: "Mamá me castiga cuando me porto mal; así que ese
debe ser también el modo de proceder de Dios". ¿No es así? No, ese es
justo el programa que Dios tiene que cambiar instalando alguna aplicación
informática nueva.
Al comienzo de la dirección espiritual, al
menos el ochenta por ciento de la imagen operativa de Dios que tiene la gente
es una sutil combinación de mamá y papá u otras figuras de autoridad
significativas. Una vez que inician una vida interior de oración y el estudio
en profundidad de los textos sagrados, eso comienza a cambiar lentamente y en
lo sucesivo no hace sino mejorar y mejorar. La gracia realiza su trabajo y
lleva a cabo una "obra de arte" (Ef 2,10).
Para ilustrar cuán profundamente arraigado
se halla este patrón en todos nosotros, permíteme mencionar de nuevo que el
análisis de las pautas de las elecciones estadounidenses de 2004 evidenció que
las personas que habían recibido una educación basada en el castigo eran mucho
más propensas a votar a candidatos partidarios de la guerra, mientras que
quienes habían sido educados con un talante más permisivo mostraban mayor
proclividad a dar su voto a formas no violentas de abordar conflictos
nacionales e internacionales.
Los patrones inconscientes que
interiorizamos de niños determinan una buena parte de lo que consideramos
nuestra conducta deliberada y plenamente consciente e influye incluso en
nuestras opiniones políticas y, sin duda, en nuestras actitudes religiosas.
Hablar sobre Dios sin conocerse a sí
mismo y sin haber realizado un itinerario interior constituye en gran medida
una cortina de humo, incluso para la persona que cree en el lenguaje que está
utilizando (véanse las enseñanzas de Sócrates,
Teresa de Jesús, C.G. Jung). ¡El milagro de la gracia y de la oración verdadera
es que penetran en la mente inconsciente y en el corazón! Y los invade hasta
tal punto que el amor de Dios y el amor del yo invariablemente avanzan juntos.
¡En el plano práctico son experimentados como uno y lo mismo! Piensa sobre ello
y dime si no es cierto.
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