miércoles, 6 de junio de 2018

135.- UN BANQUETE A REGAÑADIENTES


135.- 
Mientras sigamos inmersos en un guion de ganadores y perdedores, el cristianismo continuará apelando a la moral interesada y de bajo nivel y nunca se alzará al banquete místico que Jesús realmente nos ofreció. ¡Será obligación antes que devoción o deleite; "tinajas para las purificaciones" (Jn 2,6) en vez de litros y litros de embriagador vino servido al final de la fiesta (cf. Jn 2,7-10)! ¿Cómo conseguimos que se nos escapara el claro mensaje que contiene este texto?
Mantuvimos en su lugar el argumento básico de toda la historia humana y simplemente lo coronamos con el Evangelio, glaseando, por así decir, la parte superior de un pastel, que es su propio glaseado. Sin embargo, salvo por aquellos que han experimentado la gracia, el cristianismo no ha sido una "mentalidad nueva" (Rom12, 2) ni un "espíritu nuevo" (cf. Ef 4,23-24) significativamente distinto del de las culturas circundantes en las que ha habitado. El antiguo y manido patrón de ganadores y perdedores parece estar grabado en nuestro disco duro, mientras que el patrón de la gracia es mucho más imaginativo e instala programas totalmente nuevos que la generalidad aún tiene que reconocer, como, por ejemplo, ‘el de que todos ganamos’.
En gran medida, lejos de transformar la cultura, la hemos reproducido. El esquema de recompensa y castigo es la línea argumental de casi todas las novelas, dramas, óperas, películas y guerras que definen las culturas. Es el único modo en que una mentalidad dualista, no transformada por la oración, sabe leer la realidad.
Este patrón de ganadores y perdedores lo hemos convertido en una forma de arte en el capitalismo occidental contemporáneo. Nuestras conversaciones giran siempre en torno al precio de las cosas, a no poder permitirnos determinados gastos o a cómo ganar más dinero para realizar nuevas compras. Esa mentalidad no es fácil de cambiar asistiendo a celebraciones litúrgicas; nos limitamos a transferirla al mundo de la religión. Los católicos no impregnados por el Evangelio intentan calcular indulgencias y días de purgatorio; los protestantes inmaduros y muchos católicos convierten dicha visión del mundo en un "evangelio de la prosperidad" o en un concurso de méritos morales. Ese es el único lenguaje que en realidad oímos en la mayoría de los sermones, un sistema binario de buenos y malos en el que todos, a decir verdad, salimos perdiendo.
El juego que denomino "meritocracia" está realmente presente, hasta donde yo puedo juzgar, en casi todas las culturas. La cultura podría ser definida incluso como el conjunto de intentos de "hacerse digno" o de sancionar el yo por medio de algún criterio extrínseco. Esta es la mentalidad sin futuro que, tal como narra el Evangelio de Juan, movió a Jesús a "hacerse un látigo de cuerdas" y a acudir al templo a destruir "el sistema de compraventa" (cf. Jn 2,15ss). ¿Por qué? Porque hasta que semejante esquema mental no sea de algún modo transformado, ‘resulta imposible’ entender el Evangelio.

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