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Mientras
sigamos inmersos en un guion de ganadores y perdedores, el cristianismo
continuará apelando a la moral interesada y de bajo nivel y nunca se alzará al
banquete místico que Jesús realmente nos ofreció. ¡Será obligación antes que
devoción o deleite; "tinajas para las purificaciones" (Jn 2,6) en vez
de litros y litros de embriagador vino servido al final de la fiesta (cf. Jn
2,7-10)! ¿Cómo conseguimos que se nos escapara el claro mensaje que contiene
este texto?
Mantuvimos en su lugar el argumento básico
de toda la historia humana y simplemente lo coronamos con el Evangelio,
glaseando, por así decir, la parte superior de un pastel, que es su propio
glaseado. Sin embargo, salvo por aquellos que han experimentado la gracia, el
cristianismo no ha sido una "mentalidad nueva" (Rom12, 2) ni un
"espíritu nuevo" (cf. Ef 4,23-24) significativamente distinto del de
las culturas circundantes en las que ha habitado. El antiguo y manido patrón de
ganadores y perdedores parece estar grabado en nuestro disco duro, mientras que
el patrón de la gracia es mucho más imaginativo e instala programas totalmente
nuevos que la generalidad aún tiene que reconocer, como, por ejemplo, ‘el
de que todos ganamos’.
En gran medida, lejos de transformar la
cultura, la hemos reproducido. El esquema de recompensa y castigo es la línea
argumental de casi todas las novelas, dramas, óperas, películas y guerras que
definen las culturas. Es el único modo en que una mentalidad dualista, no
transformada por la oración, sabe leer la realidad.
Este patrón de ganadores y perdedores lo
hemos convertido en una forma de arte en el capitalismo occidental
contemporáneo. Nuestras conversaciones giran siempre en torno al precio de las
cosas, a no poder permitirnos determinados gastos o a cómo ganar más dinero
para realizar nuevas compras. Esa mentalidad no es fácil de cambiar asistiendo
a celebraciones litúrgicas; nos limitamos a transferirla al mundo de la
religión. Los católicos no impregnados por el Evangelio intentan calcular
indulgencias y días de purgatorio; los protestantes inmaduros y muchos
católicos convierten dicha visión del mundo en un "evangelio de la
prosperidad" o en un concurso de méritos morales. Ese es el único lenguaje
que en realidad oímos en la mayoría de los sermones, un sistema binario de
buenos y malos en el que todos, a decir verdad, salimos perdiendo.
El juego que denomino
"meritocracia" está realmente presente, hasta donde yo puedo juzgar,
en casi todas las culturas. La cultura podría ser definida incluso como el
conjunto de intentos de "hacerse digno" o de sancionar el yo por
medio de algún criterio extrínseco. Esta es la mentalidad sin futuro que, tal
como narra el Evangelio de Juan, movió a Jesús a "hacerse un látigo de
cuerdas" y a acudir al templo a destruir "el sistema de compraventa"
(cf. Jn 2,15ss). ¿Por qué? Porque hasta que semejante esquema mental no sea de
algún modo transformado, ‘resulta
imposible’ entender el Evangelio.
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