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Las
tempranas palabras emblemáticas que se convierten en el imponente tema de la
gracia son "banquete" y "alimento". Todo comienza con el
maná y las codornices de balde en el desierto y con el agua que brota de una
roca (Ex 16-17), y continúa con la comida que Abrahán y Sara comparten con tres
visitantes (Gn 18,1-8). Se convierte en todo un sistema ritual de ingesta de
alimentos sagrados, como la comida de Pascua, y de sacrificios de comunión, que
eran consumidos por los sacerdotes (cf., por ejemplo, Lv 8,31).
Jesús inaugura una nueva tradición de
comensalia compartida y abierta, que incluye tanto una tradición de pan y
pescado caída aparentemente en desuso (las "cenas con platos llevados por
cada uno de los asistentes" a las que se alude en 1Cor 11,17ss y los
relatos de multiplicación de panes y peces en los evangelios) como una
tradición de pan y vino (que se preservó en la forma de la eucaristía que hoy
celebramos, pero que servía en gran medida para definir la pertenencia al grupo
y distinguir entre miembros dignos e indignos). Después de la resurrección,
Jesús retoma la tradición del pescado con los Once (Lc 24,42-43), la del pan y
el pescado con siete de ellos a la orilla del mar (Jn 21,9-12) y la del pan con
los discípulos en el camino de Emaús (Lc 24,30ss).
Una comida en común -quizá una comida con
pecadores o con fariseos, a menudo también un banquete de bodas- se convierte
en el más habitual acompañamiento audiovisual para el mensaje de Jesús. Una
comida compartida tiene todos los elementos de comunidad, igualdad, alegría,
nutrición, deleite, generosa hospitalidad e invitación abierta "a buenos y
malos por igual" (cf. Mt 22,10; Lc 14,21). ¡Qué mejor metáfora de la
eternidad y la salvación! Jesús explicita esta relación cuando en la última
cena afirma que el vino que están bebiendo y el "festejar" actual son
un anticipo y una promesa de lo que harán eternamente (Mc 14,25, Lc 22,16) y
"juntos en el reino de mi Padre" (Mt 26,29). ¡No veo la hora de que
llegue tamaño placer!
Pero no nos adelantemos. Vayamos poco a
poco hacia ello, pues necesitamos un tiempo prolongado para estar dispuestos a
"acudir al banquete" (cf. Lc 14,23; Mt 22,8). ‘Curiosamente, en la vida real,
las personas han tendido y tienden a mirarlo con recelo, a temerlo, a negarlo y
a imposibilitar o dificultar su asistencia a él. Nos da miedo -o no estamos
dispuestos a- celebrar el banquete de la unión con Dios’.
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