miércoles, 6 de junio de 2018

132.- UN BANQUETE A REGAÑADIENTES


132.- 
8.- Un banquete a regañadientes

               "De balde os han salvado por la fe, no por mérito vuestro, sino por don de Dios; no por las obras, para que nadie se jacte. Sois una obra de arte de Dios".
                                                           - Ef 2,8
               "Si es gratuita, no se debe a las obras, porque entonces no sería gratuita"
                                                                                                                      - Rom 11,6
               "Dichosos los criados a quien el amo, al llegar, los encuentre velando: os aseguro que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y les irá sirviendo".
                                            - Lc 12,37

Llegados a este punto, me gustaría identificar el que, a mi juicio, es el principal tema positivo de la Biblia. Es la inmerecida generosidad divina, disponible por doquier, puro don, normalmente no reconocida como tal y con frecuencia incluso no deseada. Se llama "gracia" y se define con razón como "el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla" (CUIC, Nº 2023).
En la parábola de los criados vigilantes (Lc 12,35-40), Dios aparece en realidad ‘sirviéndonos’ -¡en mitad de la noche!-. De hecho, Dios es presentado no solo como nuestro criado doméstico, sino también como un "ladrón" que "abre un boquete en las paredes de la casa". Eso es en verdad bastante extraordinario y no se corresponde en absoluto con la imagen que solemos tener de Dios. Ahí se advierte con cuanta fuerza desea Dios acercarse a nosotros y cuán incesante es la obra de la gracia.
Al menos que uno entienda el concepto bíblico del inmerecido favor de Dios, del inexplicable amor divino, del "lebrel del cielo", según expresión de Francis Thompson, la mayor parte del texto bíblico no puede ser interpretado ni ligado en su diversidad de manera positiva. Se trata, sin duda, de la clave y del código para descifrar todo lo transformador que hay en la Biblia. De hecho, las personas que no han experimentado el carácter radical de la gracia malinterpretarán siempre el sentido de la Biblia y la dirección en la que esta se mueve. La Biblia se convertirá en una carga y en una obligación antes que en un don.
La gracia no puede ser entendida en función de ninguna contabilidad de méritos y deméritos. Ni puede ser constreñida a ningún patrón de compras, pérdidas, ingresos, logros o manipulaciones, que es el ámbito en el que la mayoría de nosotros, por desgracia, vivimos nuestras vidas. La gracia está disponible para quien quiera aceptarla. Es Dios regalándose eternamente a sí mismo, sin buscar nada a cambio, por el solo placer de regalarse. En mi opinión, la gracia es la energía vital que hace a las flores florecer, a los animales criar con amor a sus cachorros, a los bebés sonreír y a los planetas permanecer en sus órbitas, por ninguna razón en espacial, salvo por amor.
Abundancia, generosidad, exceso, tal es el nombre espiritual del juego: "una medida generosa, apretada, remecida y rebosante" (Lc 6,38). La gracia siempre será experimentada como ‘más que suficiente’ en vez de como un mero modo de supervivencia. Si la gracia está ausente de una situación, esta no nos satisface realmente ni es capaz de suscitar gozo profundo.
El ego no sabe cómo recibir cosas libremente o sin lógica. Prefiere una visión del mundo marcada por la escasez o al menos por el principio del ‘quid pro quo’, de la equivalencia, una visión del mundo según la cual solo ganan los listos. Al ego le gusta ser idóneo, estar a la altura, y necesita entender las cosas para aceptarlas. Ese problema y su superación ocupan el centro mismo de la línea argumental de los evangelios. En realidad, eso nunca ha sido un problema para Dios. ¡La única dificultad estriba en incluirnos a nosotros en el proceso! La incorporación de nuestras personas es fruto de la humildad, la gentileza y el amor de Dios. Que Dios quiere interlocutores libres resulta patente en la economía de la gracia (Rom 8,28). El plan divino consiste en crear "no siervos, sino amigos" (Jn 15,15).

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