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Lo
único más peligroso que el ego individual es el ego grupal. He ahí la razón por
la que Jesús, nada más llamar a los apóstoles, cuestiona las dos instituciones
sagradas de toda cultura semita, de la mayoría de las culturas, en realidad: el
trabajo y la familia.
Jesús les dice a los apóstoles que
"dejen las redes" (Mc 1,18), su única ocupación profesional. Para
muchos, el trabajo es lo que constituye la extensión del interés propio del
grupo y, en múltiples formas, hasta la identidad personal. También Mateo es
invitado a abandonar su quehacer de recaudador de impuestos (Lc 5,28).
Por último, y aún más disparatadamente,
Santiago y Juan dejan en la barca a su padre "con los jornaleros" (Mc
1,19-20). Jesús reitera esta exigencia de forma chocante hablando de
"odiar" (desapego radical) a todos los parientes de sangre (Lc 14,26)
e incluso pone él mismo en práctica estas palabras en relación con su propia
madre (Mt 12,48ss). Son claras indicaciones de que estamos hablando de una
forma de discipulado radical, de un cambio de estilo de vida, de una visión
contracultural del mundo, no solo de la religión como asistencia a
celebraciones litúrgicas. Los tres absolutos que empequeñecen a las personas y
las hacen paranoicas han sido desmontados por Jesús: mi identidad o grupo de poder, mi
trabajo y mi familia.
Jesús lleva a sus discípulos judíos más
allá de toda suerte de angosta visión del mundo. No es de extrañar que a menudo
encontremos gente de fuera que lo entiende mejor y le da mejor respuesta que
los de dentro. Piensa en el centurión romano que lo llama "Hijo de
Dios" (Mc 15,39). O en la mujer sirofenicia (Mt 15,21-28), el sirviente de
un centurión (Lc 7,1-10), el endemoniado de Gerasa (Lc 8,26-29), el buen
samaritano (Lc 10,29-37), el leproso "extranjero" (Lc 17,19), Zaqueo
(Lc 19, 1-10) y otro no judíos que responden a Jesús con generosidad.
¿Qué es lo que suele decirles? "¡Qué
fe tan grande tienes! (Mt 15,28); o: "Una fe tan grande no la he
encontrado en ningún israelita" (Mt 8,10). Uno pensaría que los llamaría a
Jerusalén para que se unieran a su grupo o para recibir el bautismo de Juan.
Pero no; incluso a los pecadores públicos les dice: "Vete en paz. Tu fe te
ha salvado" (Lc 7,50). ¡No es de extrañar que los fanáticos religiosos
acabaran con él!
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