123.-
En
las Escrituras cristianas hay tres claros chivos expiatorios: Juan el Bautista,
Jesús y Esteban. Sin embargo, las palabras de Juan el Bautista son muy
distintas de las que pronuncia Esteban antes de morir. ¿Por qué? Porque
entretanto han tenido lugar el ministerio de Jesús, su muerte y su
resurrección. Juan el Bautista es una persona que piensa más bien en términos
de todo o nada, una mente que opera en su mayor parte a la contra. De ahí que
Jesús venga a decir algo así como lo siguiente: "Quiero a mi primo, pero él no ha conseguido aún encajar todas las
piezas. Su celo constituye un buen punto de partida, mas no es lo que yo
ofrezco". O por citar literalmente sus palabras. "El menor en el Reino de Dios es mayor que él".
En el relato de la lapidación de Esteban
en Hch 7,58-60 leemos cómo este acepta la muerte y perdona a sus enemigos.
Incluso los miembros del Sanedrín se percatan de que "su rostro
resplandecía como el de un ángel" (Hch 6,15). Al parecer, Esteban afrontó
su persecución y muerte con alegría. Alude vigorosamente al problema en el
discurso que ocupa la mayor parte del capítulo 7 de Hechos, pero en ningún
momento odia a sus ejecutores. Su energía no es reactiva ni está cargada de
odio. Al final dice incluso: "Recibe mi espíritu".
Esteban, el protomártir del cristianismo,
se convierte en un nuevo Jesús, algo que en adelante es la única y siempre
renovada meta. El primer mártir hizo bien las cosas. (Sobre algunos de los
mártires posteriores, que parecían pedir el martirio y hacer todo lo posible
para padecerlo, convirtiendo a sus perseguidores en inferiores para así quedar
moralmente por encima de ellos, tengo mis dudas).
Jesús y Esteban proclaman la verdad y
luego perdonan, dejan serenamente que las cosas sigan su curso y son liberados
a un estado transformado que llamamos "resurrección". Sospecho que
fue el hecho de ser testigo de una muerte así (Hch 8,1) lo que desencadenó la
propia transformación de Saulo. En el siguiente capítulo (Hch 9,1), este ya
está en proceso de convertirse en Pablo.
La magnífica imagen de Jesús como
"Cordero de Dios" mencionada por primera vez por el Bautista (Jn
1,36), adquiere un sentido heroico que resulta fundamental para la historia. El
Cordero (que ciertamente no es una imagen natural o lógica de Dios) es
entronizado en la sede central de juez de todas las cosas (Ap 5,6-8,1). Se le
presenta como aquel que abre los "siete sellos", como si él fuera el
código que permite entender la historia. Aparece como perpetuamente degollado
(Ap 5,6.12) y a la vez como perpetuamente victorioso (Ap 7,10). Ambas caras de
esta paradoja son vistas como inseparables: no hay vida sin muerte, ni muerte
sin vida. A esto le damos el nombre de "misterio pascual".
Algunos llaman a esta parte del
Apocalipsis la "guerra del Cordero", que es una manera totalmente
diferente de hacer frente al mal, incorporándolo a Dios (tal es el significado
verdadero del cuerpo sufriente de Jesús) en vez de combatirlo en el exterior.
Es, sin ninguna duda, el tema más contrario a la intuición común de la entera
Biblia, aunque la profusión del imaginario bélico y violento en el resto del
Apocalipsis probablemente anula cualquier mensaje relativo a la guerra del
Cordero, al menos en ese libro. ¡El Apocalipsis es, de hecho, un texto en ‘intensa y difícil’ gestación! Las
personas inmaduras harán casi siempre mal uso de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario