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Esta crítica internamente generada es la
única senda genuina de renovación y reforma, algo que reconoce incluso la forma
tricéfala de gobierno vigente en los Estados Unidos. Dentro de todo sistema es
necesario estructurar un juego de controles y contrapesos. Siempre es sano que
la Iglesia haga sitio para sus propios profetas. ¡De ahí que Pablo considerara
a la profecía el segundo don en importancia! (1Cor 12,28). En cambio, cuando
"mata a los profetas y apedrea a los enviados" (Mt 23,37), la Iglesia
entra en un estado de declive, en un estado de miedo en vez de fe.
¡El segundo punto interesante -e irónico-
es que muchos de los críticos del cristianismo supuestamente ajenos a él
suscriben, al parecer, los valores y criterios que la tradición judío-cristiana
les ha enseñado! Virtudes como la justicia, el amor, la verdad y la equidad nos
son predicadas o, mejor dicho, recordadas por nuestros supuestos críticos.
Estos incluso viven en ocasiones nuestros
valores con mayor autenticidad que nosotros mismos, como señala Jesús cuando
alaba a los paganos por su fe (Mt 8,10). Necesitamos desesperadamente que la
verdad nos sea proclamada de ese modo desde fuera, y siempre he sospechado que
eso era lo que Jesús quería decir cuando afirmó que "los hijos de este mundo son más astutos tratando a los suyos que
los hijos de la luz" (Lc 16,8).
Es de justicia señalar que tales críticos
externos a la Iglesia a menudo están mirando fuera de sí mismos al pecado de
otros. Generalmente no se han beneficiado de la revelación del mecanismo del
chivo expiatorio y pierden una enorme cantidad de tiempo acusando a otras
personas de sus faltas. A eso, amén de a toda crítica malintencionada, aviesa y
destructiva, es a lo que me refiero cuando hablo de crítica mala. Sin embargo,
incluso la crítica negativa puede servir para nuestro bien y nuestro
crecimiento, aunque a veces nazca de un corazón vil. Con solo que sea
parcialmente cierta, es posible que proceda del Espíritu Santo.
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