115.-
He
conocido muchas personas santas a lo largo y ancho del mundo, pero también me
he tropezado con gente que no tendría más remedio que calificar de mala. Si
tratara de describir a las personas malas -y los acontecimientos malos- que he
conocido, diría que se caracterizan invariablemente por aparentar certeza y
claridad de ideas. Nunca dudan de sí mismas ni se someten a autocrítica, y esbozan
una sonrisa de suficiencia ante quienes osan cuestionarlas. No arrojan sombra
alguna a su alrededor, lo que es siempre un signo de que su mal ha sido
proyectado a otra parte. Con frecuencia son abiertamente religiosas. Recuerda:
el nombre "Satán" significa "acusador". Ten cuidado cuando
te veas a ti mismo acusando o, como dice Jesús, "arrojando piedras"
(Jn 8,8). Es el disfraz satánico, una maravillosa táctica para desviar la
atención.
Al igual que todo pensamiento adictivo, el
mecanismo del chivo expiatorio se revela como un pensamiento de "todo o
nada", totalmente disyuntivo, sin capacidad para aceptar la paradoja y con
poca tolerancia de la ambigüedad. A quienes lo practican yo los llamaría
"escindidos"; Jesús los denomina "actores" al menos once veces
en Mt 23,13-29, aunque la traducción habitual es "hipócritas". En las
lenguas modernas, este término se utiliza para designar a personas maliciosas,
pero probablemente significa más a menudo personas "engañadas".
"No saben lo que hacen", dice
Jesús de quienes le dan muerte (Lc 23,34), y eso lo piensa de ellos, a buen
seguro, más como actores que como pecadores. En su mayoría son inconscientes
-gente que vive guiándose por la conciencia dominante- más que directamente
maliciosos. En mi opinión, la mayor parte del mal lo cometen personas
inconscientes. ¡Si estuviéramos atentos y despiertos, descubriríamos el juego
del mal y nunca nos prestaríamos a él!
¿Sabes que uno, cuando vive en la fe,
nunca está cien por cien seguro de estar en lo cierto? ¡Por eso justamente se
llama "fe"! En los momentos cruciales de toma de decisiones en la
vida, el creyente confía siempre en la guía y la misericordia de Dios, no en su
propio e indefectible entendimiento. Siempre estamos "cayendo en manos del
Dios vivo", como dice la Carta a los Hebreos (Hb 10,31), y dejando que
baste con el saber de Dios, que sean sus brazos los que nos salven.
En uno u otro plano, las personas de fe
devienen invariablemente inseguras de su forma de comprender las cosas y le
preguntan a Dios: "¿Es esto lo que debo hacer?", o como María:
"¿Cómo sucederá eso?" (Lc 1,34). Como ya hemos dicho en el capítulo
anterior, la actitud creyente es humilde por lo que respecta a su capacidad de
conocer la realidad en todos sus aspectos. Así pues, aquí tenemos la clave: ‘el
mal está siempre seguro de sí mismo; y la bondad, no’. Creo que esto es
verdad.
La bondad, sin embargo, se presenta sin
falta acompañada por la paz y la paciencia, incluso por la
"consolación", como san Ignacio enseñó a sus jesuitas. Ello es compensación
más que suficiente para soportar una cierta dosis de duda y ambigüedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario