miércoles, 6 de junio de 2018

114.- LA MENTIRA DEL MAL


114.- 
Lee los periódicos del día y comprobarás que el patrón no ha cambiado. Por alguna razón, odiar, temer o hacer de menos a alguien es lo que más nos une. La producción de víctimas necesarias nos es consustancial. René Girard denomina "mecanismo del chivo expiatorio" al patrón principal al que desde el comienzo responde la creación y el mantenimiento de culturas en el mundo entero.
Sin necesidad de ser demasiado inteligentes, se advierte que la secuencia viene a ser algo parecido a esto: comparamos, copiamos, competimos, chocamos, conspiramos, condenamos y crucificamos. Si no reconoces en ti mismo alguna variación de este esquema y lo sofocas en los estadios iniciales, será casi inevitable que se realice en su totalidad. De ahí que los maestros espirituales, con independencia de su profundidad, exhorten siempre a la simplicidad de vida y a la libertad respecto del juego competitivo. Es probablemente el único camino para escapar del ciclo de la violencia.
A las personas religiosas nos resulta duro oírlo, pero la violencia más persistente en la historia de la humanidad ha sido la violencia sagrada o, dicho con mayor precisión, la "violencia sacralizada". Los seres humanos hemos encontrado un modo sumamente eficaz de legitimar nuestra tendencia instintiva al miedo y al odio: imaginar que sentimos miedo u odiamos por algo sagrado y noble, como Dios, la religión, la verdad, la moral, los hijos o el amor a la patria. Eso difumina toda culpa, y uno puede entenderse a sí mismo, por consiguiente, como representante de altas cotas morales o como persona responsable y prudente. Las bondadosas ‘soccer moms’ estadounidenses, (mamás de clase media alta) junto con otros muchos estadounidenses "normales", alentaron aparentemente la embestida contra el terrorismo después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. A la mayoría de las personas nunca se les ocurre que también ellas pueden convertirse justo en aquello que temen y odian. Es un secreto bien guardado. Sin sabiduría, todo parece algo maravilloso y de altura moral, al estilo de: "Lo hago por proteger a mis hijos".
El mecanismo del chivo expiatorio o la violencia sacralizada es el mejor disfraz posible para el mal. Nos permite concentrarnos en el mal que campa "por ahí" y hacer la vista gorda ante el que hay en nosotros mismos. El mal nunca es fácil de reconocer como tal por quienes incurren en él; o como tan sabiamente formula Pablo, "el mismo Satanás se disfraza de ángel de la luz" (2Cor 11,14). Todos elegimos "bienes aparentes" dentro de nuestro propio y no reconocido marco de referencia. ‘Tu’ violencia es siempre inconveniente y mala; la ‘mía’, en cambio, siempre necesaria y buena.
Repara también en que, cuando ocurre algún asesinato o cualquier otra atrocidad, a veces la gente dice: "Oh, parecía tan normal", o: "Trataba muy bien a los animales". Afirmaciones como éstas muestran nuestra incapacidad para reconocer el verdadero carácter del mal. El Holocausto tuvo lugar en una cultura que llevaba siglos considerándose cristiana. Verdaderamente no destacamos en el discernimiento del bien verdadero y el mal real, una habilidad que Pablo enumera entre los dones necesarios del Espíritu Santo a la Iglesia (1Cor 12,10).

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