miércoles, 6 de junio de 2018

111.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


111.- 
Lo mejor y más importante está al comienzo
Quiero presentarte ahora lo que, a mi juicio, constituye la preocupación decisiva sobre el saber y el hablar presuntuosos. A todos nos resulta familiar el segundo mandamiento: "No pronunciarás el nombre de Dios en vano" (Ex 20,7), tal y como solía traducirse, aunque rara vez era entendido. La mayoría de los cristianos parecen haber pensado que se trataba de un mandamiento que prohibí maldecir, cuando el verdadero sentido de pronunciar el nombre de Dios "en vano" estriba en utilizar el nombre de Dios de manera casual o trivial, vacía, sin entender nada y, por ende, con una falsa presunción de comprensión, esto es, ¡como si supiéramos de qué estamos hablando!
De este mandamiento algunos judíos enseguida extrajeron correctamente la conclusión de que, para evitar ser "vanos e irreverentes", lo mejor es no decir nunca el nombre de Dios. ¡El sagrado tetragrámaton, ‘YHWH’, no debía siquiera ser pronunciado con los labios! Únicamente se escribían las cuatro consonantes: las personas cultas sabían que vocales debían añadirse, algo que, por supuesto, requería aliento y espíritu. El aliento y el espíritu, sin embargo, son dados exclusivamente por Dios y, por consiguiente, no deberíamos atrevernos a completar el sagrado nombre con nuestro propio aliento. Solo Dios puede pronunciar el nombre de Dios: "SOY EL QUE SOY" (Ex 3,14). Si lo piensas con detenimiento, este nombre es a la vez discreta ocultación y plena accesibilidad.
Por tanto, todo uso insustancial del nombre de Dios es, de algún modo, "vano" e irreverente. Pronunciar el nombre de Dios supone siempre trivializarlo de algún modo. ¡Qué gran humildad religiosa se le enseñó al pueblo judío en sus comienzos mismos! Pero, por desgracia, esa misma humildad no se hizo extensiva a toda nuestra comprensión de las cosas espirituales y de los límites del lenguaje en general. ¡Habríamos hecho bien en extender esta superlativa precaución a la totalidad de nuestro discurso sobre Dios, pero pensamos que solo tenía que ver con el uso de palabras gruesas!
Así pues, permíteme terminar este capítulo con un primer y último movimiento más allá de las palabras, del pensamiento y el análisis, hacia un lugar donde la mente dualista no tenga poder, pero donde Dios pueda rellenar las lagunas. Algunos eruditos judíos afirman que las consonantes que componen el tetragrámaton son de las pocas que no permiten a quien las pronuncia cerrar la boca alrededor de ellas, ni siquiera usar de manera significativa los labios o la lengua; de hecho, «se trata muy probablemente de una brillante tentativa de reproducir la respiración humana: ¡YH para la inspiración, WH para la expiración!» (¡Haz una pausa y toma literalmente aliento después de esto!).

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