miércoles, 6 de junio de 2018

110.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


110.- 
El rodeo del desierto
Al final del capítulo 13 del Éxodo (vv. 17-18), cuando el faraón ya había dejado marchar al pueblo, el texto dice que "Dios no los guió por el camino recto, aunque era el más corto... Dios hizo que el pueblo diese un rodeo por el desierto". ¿No es este un pasaje interesante? Al parecer, había un camino mucho más rápido que los cuarenta años de caminar en círculos por el desierto, pero el verdadero objetivo no era llegar a sitio alguno, sino la travesía misma: superando pruebas, atravesando la naturaleza, entablando relaciones -tres pasos hacia delante, dos hacia atrás-. El medio es siempre el mensaje, y en este caso el mensaje ha de ser también nuestro medio.
La manera en que uno avanza determina la meta a la que llega, pero también aquello ‘en calidad de lo cual’ llega. No hay camino hacia la paz, la paz misma es el camino. Un itinerario impulsado por la fe va a crear un pueblo marcado por la fe. No se pueden dar las conclusiones a las personas sin que lleven a cabo el camino; de lo contrario sustituirán el camino por las conclusiones. Es posible que tal sea siempre el inconveniente de la religión, pues eso es lo que con más frecuencia propicia. El continente se convierte en un sucedáneo de los auténticos contenidos del continente.
El pueblo judío no tenía protección alguna frente a la historia, tan solo tenía a Dios. No podía refugiarse en mitologías, ideologías o respuestas; Dios los llevó al éxodo, al exilio. Dios hizo de ellos un reino permanentemente atacado y dijo al pueblo que sería en medio de la política, de la economía, de la cultura y del sufrimiento donde lo encontrarían, servirían y adorarían, a él, a Yhwh. El único absoluto que este Dios prometió a Israel fue la presencia misma de Dios.
«Exégetas como Rainer Albertz y Walter Brueggemann afirman que en el AT no hay ningún patrón sistemático de verdad, ni de cómo llegar a ella, y que el propio texto es "incesantemente pluralista"». Las personas que quieren decir: "La Biblia siempre ha enseñado...", no tienen, a lo que parece, una base uniforme sobre la que sostenerse -no más que los judíos, quienes solamente disponían de las promesas de Dios y de su propia experiencia de ellas.
‘El mayor aliado de Dios es la realidad misma’. La más plena revelación divina es ‘lo que es’ (cf. Rom 1,20), no lo que a nosotros nos gustaría que fuera, ni siquiera lo que debería ser: no teorías abstractas, sino encuentros concretos. ‘Lo que es’ desencadena nuestra conversión. El nacimiento y la muerte, por ejemplo, son los acontecimientos de iniciación por excelencia; sin embargo, incluso a ellos los hemos medicalizado y recluido en hospitales.
Únicamente las personas que primero han vivido y amado, sufrido y fracasado, y luego han vuelto a vivir y amar están en condiciones de leer las Escrituras de una manera humilde, menesterosa, inclusiva y a la postre fecunda. Si se ponen las Escrituras en manos de una persona no iniciada por la vida, esta hará siempre de ellas un itinerario intelectual. Y entonces, en lugar de ser una ‘descripción’ verdadera de qué es real y qué es irreal, se convierten en un conjunto de ‘prescripciones’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario