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El rodeo del desierto
Al final del capítulo 13 del Éxodo (vv.
17-18), cuando el faraón ya había dejado marchar al pueblo, el texto dice que "Dios
no los guió por el camino recto, aunque era el más corto... Dios hizo que el
pueblo diese un rodeo por el desierto". ¿No es este un pasaje
interesante? Al parecer, había un camino mucho más rápido que los cuarenta años
de caminar en círculos por el desierto, pero el verdadero objetivo no era
llegar a sitio alguno, sino la travesía misma: superando pruebas, atravesando la
naturaleza, entablando relaciones -tres pasos hacia delante, dos hacia atrás-.
El medio es siempre el mensaje, y en este caso el mensaje ha de ser también
nuestro medio.
La manera en que uno avanza determina la
meta a la que llega, pero también aquello ‘en
calidad de lo cual’ llega. No hay camino hacia la paz, la paz misma es el
camino. Un itinerario impulsado por la fe va a crear un pueblo marcado por la
fe. No se pueden dar las conclusiones a las personas sin que lleven a
cabo el camino; de lo contrario sustituirán el camino por las conclusiones. Es
posible que tal sea siempre el inconveniente de la religión, pues eso es lo que
con más frecuencia propicia. El continente se convierte en un sucedáneo de los
auténticos contenidos del continente.
El pueblo judío no tenía protección alguna
frente a la historia, tan solo tenía a Dios. No podía refugiarse en mitologías,
ideologías o respuestas; Dios los llevó al éxodo, al exilio. Dios hizo de ellos
un reino permanentemente atacado y dijo al pueblo que sería en medio de la
política, de la economía, de la cultura y del sufrimiento donde lo
encontrarían, servirían y adorarían, a él, a Yhwh. El único absoluto que este
Dios prometió a Israel fue la presencia misma de Dios.
«Exégetas como Rainer Albertz y
Walter Brueggemann afirman que en el AT no hay ningún patrón sistemático de
verdad, ni de cómo llegar a ella, y que el propio texto es "incesantemente
pluralista"». Las personas que quieren decir:
"La Biblia siempre ha enseñado...", no tienen, a lo que parece, una
base uniforme sobre la que sostenerse -no más que los judíos, quienes solamente
disponían de las promesas de Dios y de su propia experiencia de ellas.
‘El
mayor aliado de Dios es la realidad misma’. La más plena
revelación divina es ‘lo que es’ (cf.
Rom 1,20), no lo que a nosotros nos gustaría que fuera, ni siquiera lo que
debería ser: no teorías abstractas, sino encuentros concretos. ‘Lo que es’ desencadena nuestra
conversión. El nacimiento y la muerte, por ejemplo, son los acontecimientos de
iniciación por excelencia; sin embargo, incluso a ellos los hemos medicalizado
y recluido en hospitales.
Únicamente las personas que primero han
vivido y amado, sufrido y fracasado, y luego han vuelto a vivir y amar están en
condiciones de leer las Escrituras de una manera humilde, menesterosa,
inclusiva y a la postre fecunda. Si se ponen las Escrituras en manos de una
persona no iniciada por la vida, esta hará siempre de ellas un itinerario
intelectual. Y entonces, en lugar de ser una ‘descripción’ verdadera de qué es real y qué es irreal, se
convierten en un conjunto de ‘prescripciones’.
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