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Salta
a la vista que Jesús era capaz de sanar, tocar, enseñar y transformar a las
personas, y no exigía prerrequisito alguno de educación formal. La actividad de
Jesús no se basaba en ninguna filosofía o teología escolástica, a pesar de la
fascinación que los católicos sentimos por la escolástica medieval. Como
maestro, Jesús hablaba en gran medida sobre ‘qué
era real y qué era irreal’ y sobre cómo deberíamos vivir, en consecuencia,
en el seno de esa realidad. Antes que educación formal, ello exigía humildad y
honestidad. ¡De mil maneras distintas insistía Jesús en que Dios viene a
nosotros disfrazado de nuestra vida! Más tarde aprendimos a designar esto con
el nombre de "misterio de la encarnación" y, como dice
Brueggemann, "escándalo de lo particular".
Consideremos el concreto estilo de
enseñanza de Jesús. Si bien enseña varias veces en el recinto del templo, la
mayoría de su enseñanza la lleva a cabo mientras recorre las calles con la
gente o se encamina al desierto o también, con frecuencia, a la naturaleza. Los
ejemplos que pone los toma de lo que ve a su alrededor: pájaros, flores,
animales, nubes, amos y arrendatarios, niños pequeños, mujeres que cuecen pan y
barren. Es sorprendente que hayamos convertido sus enseñanzas en algo distinto
de esto.
Jesús enseña con anécdotas, parábolas y
ejemplos concretos, no elaborando una teología sistemática; la suya era más la
vía de la "oscuridad" que la vía de la luz. Sin embargo, eran los
ejemplos concretos de Jesús los que hacían que las personas avanzaran hacia la
luz universal. Lo concreto es lo que más parece abrirnos a los universales, y esto es
algo que los poetas han comprendido siempre.
«La "particularidad" es la
verdadera puerta espiritual hacia el siempre y en todas partes»,
mucho más que los conceptos. Los narradores parecen saber esto mejor que los
teólogos. Irónicamente, esto fue enseñado por un filósofo. El beato Juan Duns
Escoto, de quien uno nunca esperaría oír algo así. Este teólogo franciscano del
siglo XIII elaboró un sistema paralelo a la versión de la filosofía escolástica
del dominico santo Tomás de Aquino. De especial interés en el presente contexto
resulta su doctrina de la ‘haeccitas’,
esto es, la idea de que únicamente los individuos, no las abstracciones tienen
realidad. El desdén que los enemigos de Escoto sentían por sus teorías resultó
en el término inglés ‘dunce’ (que se
pronuncia igual que Duns), un insulto equivalente al español "burro".
Mary Beth Ingham, en su obra Scotus for Dunces,
cuenta bien la historia. (En el capítulo 9 retomaremos en mayor detalle la
concepción escotista de la encarnación).
La encarnación es siempre específica y
concreta, aquí y ahora, al igual que ‘este’
pan y ‘este’ vino, al igual que Jesús
en ‘un’ momento oculto del tiempo. En
lo sucesivo no podemos prendarnos ya más de abstracciones, sino solamente de
personas y momentos concretos, así como de un Dios personal. Creo que esta es
la razón por la que "la palabra se hizo carne" (Jn 1,13). El ‘logos’ ("palabra") se hizo ‘sárx’ ("carne"), y la lógica
griega se anudó con la concreta corporeización judía. Eso constituye sin duda,
una "plenitud de gracia y verdad" (Jn 1,14), y nosotros todavía no
nos hemos adaptado a ella por completo.
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