miércoles, 6 de junio de 2018

109.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER














109.- 
Salta a la vista que Jesús era capaz de sanar, tocar, enseñar y transformar a las personas, y no exigía prerrequisito alguno de educación formal. La actividad de Jesús no se basaba en ninguna filosofía o teología escolástica, a pesar de la fascinación que los católicos sentimos por la escolástica medieval. Como maestro, Jesús hablaba en gran medida sobre ‘qué era real y qué era irreal’ y sobre cómo deberíamos vivir, en consecuencia, en el seno de esa realidad. Antes que educación formal, ello exigía humildad y honestidad. ¡De mil maneras distintas insistía Jesús en que Dios viene a nosotros disfrazado de nuestra vida! Más tarde aprendimos a designar esto con el nombre de "misterio de la encarnación" y, como dice Brueggemann, "escándalo de lo particular".
Consideremos el concreto estilo de enseñanza de Jesús. Si bien enseña varias veces en el recinto del templo, la mayoría de su enseñanza la lleva a cabo mientras recorre las calles con la gente o se encamina al desierto o también, con frecuencia, a la naturaleza. Los ejemplos que pone los toma de lo que ve a su alrededor: pájaros, flores, animales, nubes, amos y arrendatarios, niños pequeños, mujeres que cuecen pan y barren. Es sorprendente que hayamos convertido sus enseñanzas en algo distinto de esto.
Jesús enseña con anécdotas, parábolas y ejemplos concretos, no elaborando una teología sistemática; la suya era más la vía de la "oscuridad" que la vía de la luz. Sin embargo, eran los ejemplos concretos de Jesús los que hacían que las personas avanzaran hacia la luz universal. Lo concreto es lo que más parece abrirnos a los universales, y esto es algo que los poetas han comprendido siempre.
«La "particularidad" es la verdadera puerta espiritual hacia el siempre y en todas partes», mucho más que los conceptos. Los narradores parecen saber esto mejor que los teólogos. Irónicamente, esto fue enseñado por un filósofo. El beato Juan Duns Escoto, de quien uno nunca esperaría oír algo así. Este teólogo franciscano del siglo XIII elaboró un sistema paralelo a la versión de la filosofía escolástica del dominico santo Tomás de Aquino. De especial interés en el presente contexto resulta su doctrina de la ‘haeccitas’, esto es, la idea de que únicamente los individuos, no las abstracciones tienen realidad. El desdén que los enemigos de Escoto sentían por sus teorías resultó en el término inglés ‘dunce’ (que se pronuncia igual que Duns), un insulto equivalente al español "burro". Mary Beth Ingham, en su obra Scotus for Dunces, cuenta bien la historia. (En el capítulo 9 retomaremos en mayor detalle la concepción escotista de la encarnación).
La encarnación es siempre específica y concreta, aquí y ahora, al igual que ‘este’ pan y ‘este’ vino, al igual que Jesús en ‘un’ momento oculto del tiempo. En lo sucesivo no podemos prendarnos ya más de abstracciones, sino solamente de personas y momentos concretos, así como de un Dios personal. Creo que esta es la razón por la que "la palabra se hizo carne" (Jn 1,13). El ‘logos’ ("palabra") se hizo ‘sárx’ ("carne"), y la lógica griega se anudó con la concreta corporeización judía. Eso constituye sin duda, una "plenitud de gracia y verdad" (Jn 1,14), y nosotros todavía no nos hemos adaptado a ella por completo.

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