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La idolatría de las
palabras
La gran deficiencia del literalismo
bíblico es que da por sentado que comprende, cuando en realidad a menudo pasa
por alto los movimientos profundos del Espíritu, los mensajes que provienen del
inconsciente y lo que suele ser escrito ‘entre’
líneas (al igual que en cualquier conversación humana).
En la actualidad, los maestros de
comunicación insisten incluso en que hasta dos tercios de lo que se comunica es
transmitido por el contexto y por mensajes no verbales. Lo importante no es
tanto ‘lo que’ se dice cuanto cómo,
cuándo, dónde, por quién y con qué inflexión y énfasis se dice. El
fundamentalismo se centra tanto en el texto que casi siempre ignora el
contexto. Y así, suele comunicar poca profundidad y poca amplitud.
Es necesario aceptar las formas literarias
en las que está compuesta la Sagrada Escritura, al igual que entendemos la
diferencia entre obras de no ficción, novelas, poesías y artículos de
investigación cuando vamos a la biblioteca. En caso contrario, terminamos en el
fundamentalista callejón sin salida en el que hoy nos encontramos: insistiendo
en conclusiones que no están en el texto y que a menudo son contradichas por
otros pasajes (que entonces se ignoran), condenando conductas sobre las que
Jesús nunca habló (la homosexualidad y el control de la natalidad), legitimando
fenómenos que Jesús criticó con vehemencia (la riqueza y la violencia). Aquí no
me estoy posicionando sobre estos asuntos; tan solo pretendo poner de
manifiesto nuestra absoluta inconsistencia. Esto es lo que yo quiero resaltar y
es también lo que quiere resaltar gran parte de quienes critican la
"eclesialización" en su forma actual. El mundo se ha percatado de
nuestros sesgos de interpretación, así como de que se trata de sesgos
invariablemente favorables al poder y con frecuencia contrarios al cuerpo.
Debemos aproximarnos a las Escrituras con
humildad y paciencia, prescindiendo de nuestros propios intereses, permitiendo
que el Espíritu remueva por nosotros el sentido profundo. ¡De lo contrario solo
oímos aquello con lo que ya estamos de acuerdo o lo que hemos decidido buscar!
¿No es algo más bien obvio? Como dirá Pablo, "no debemos enseñar de la
manera en que se enseña la filosofía, sino de la manera en que nos enseña el
Espíritu: debemos explicar las cosas espirituales en términos
espirituales" (1Cor 2,13). Tobin Hart señala que este modo de
enseñanza tiene que ver mucho más con la transformación que con la información.
Eso cambia por completo el enfoque y la meta.
Existe una luz necesaria que solo resulta
accesible a través de la oscuridad, a través de la oscuridad que se cierne
sobre nosotros en esos espacios liminales que son el nacimiento, la muerte y el
sufrimiento. Es algo que no se puede aprender en los libros, ni siquiera en éste.
Hay verdades que solo pueden ser conocidas si estamos suficientemente vaciados,
suficientemente dispuestos, suficientemente confundidos o suficientemente
desestabilizados. ¡Esa es la genialidad de la Biblia! No nos permite resolver
esas cuestiones en las aulas de teología. De hecho, ‘nada’ de la Biblia parece haber sido escrito en ambientes
académicos ni estar dirigido a ellos.
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