miércoles, 6 de junio de 2018

104.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


104.- 
Mi firme convicción es, sin embargo, que no conseguiremos aclarar la confusión actual pretendiendo disponer de respuestas ciertas y absolutas, toda vez que la Biblia tampoco nos prometió muchas de ellas. Me apetece citar aquí al siempre popular Dr. Phil, médico y presentador de un programa sobre salud en la televisión estadounidense, quien a los adictos que incurren una y otra vez en el mismo hábito autodestructivo les pregunta. "¿Y qué resultado te ha dado eso?".
Europa era el continente que pensábamos que ya teníamos en nuestro bolsillo cristiano. ¡Mira sus iglesias, hoy vacías! La confusión humana no podemos disiparla pretendiendo falsamente asentar todo el polvo, sino enseñando a la gente “un humilde y honesto proceso de aprendizaje y escucha por sí misma” (la oración, de la que enseguida hablaré). Entonces, las personas accederán a la sabiduría de una manera sosegada y compasiva. Y no se dará la airada y excesiva reacción contra la autoridad y la sabiduría que conocemos hoy, la cual a menudo nace de intento de imponer conclusiones sin enseñar también a las personas un proceso para alcanzar por sí mismas esas conclusiones. La autoridad exterior debe fundamentarse en la autoridad interior.
Recuerda que, como afirma san Pablo sirviéndose de una cita, "la palabra está a tu alcance, en tu boca y en tu corazón" (Rom 10,8; cf. Dt 30,14); y el apóstol antepone a esa frase del Deuteronomio un desafío que yo repetiría en la actualidad: "¡No digas para tus adentros que tienes que hacer bajar a Cristo!" (Rom 10,6). El misterio de la encarnación es precisamente el reposicionamiento de Dios aquí abajo de una vez para siempre. Una religión que de continuo procede de arriba abajo solo crea un cristianismo muy pasivo, tan pasivo-dependiente como pasivo-agresivo.
Dios franqueó ese abismo plantando una fuente integral en medio de nosotros: "Lo que yo te mando no es cosa que exceda tus fuerzas ni que te resulte inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: ¿quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá?... No, la palabra está a tu alcance, en tu boca y en tu corazón. Cúmplela". (Dt 30,11-14). La tradición judío-cristiana no era considerada una realidad marcada por un movimiento descendente, “sino un encuentro integral entre un cognoscente interior, accesible por medio de la oración, y el cognoscente exterior, al que podríamos llamar Escritura o tradición”. Gran parte de nuestras polémicas a causa de -y sobre- la Escritura y la tradición se deben a que no hemos enseñado un proceso paralelo e igualmente serio de oración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario