miércoles, 6 de junio de 2018

102.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


102.- 
En Ex 33,21, Moisés "ve" y "oye" hasta cierto grado; sin embargo, Yahvé no permite a Moisés ver su "gloria" ni su "rostro". Aquí podemos apreciar un brillante y sutil equilibrio entre el saber y la advertencia: "¡No se te ocurra pensar que o sabes todo!", entre el ver y el inmediato recordatorio: "¡No has visto plenamente!". La integración de ambas tradiciones se produce en el propio texto. Lo único que Moisés puede ver es, cómicamente, la espalda de Yahvé (Ex 33,23).
Considera ahora el perfecto paralelismo con el pasaje que narra el ascenso de Jesús al monte de la Transfiguración (Lc 9,28-36; Mc 9,2-8; Mt 17,1-9). Aquí se presenta a Jesús como luz resplandeciente y, sin embargo, también se dice que una nube ensombreció ese espectáculo luminoso. La epifanía es luz y oscuridad, cognoscibilidad e incognoscibilidad, revelación y ocultamiento. Luego, Jesús, deliberadamente, baja de la montaña con los discípulos y se encamina al llano y al desierto de la vida diaria, dejando atrás esta experiencia iluminadora y henchidora.
Las experiencias de luna de miel no se pueden prolongar indefinidamente. Siempre hay que dejarlas atrás y regresar a lo cotidiano. ¿Qué les dice Jesús además a los discípulos? "No contéis a nadie lo que habéis visto" (Mt 17,9); al menos en la versión de Lucas se dice que los discípulos siguieron sus instrucciones (Lc 9,36). Esta experiencia formaba parte de "lo mejor y más importante". Jesús sabía que hablar de ella demasiado pronto no haría más que debilitarla. El silencio se antoja necesario para salvaguardar la sacralidad y el misterio, al igual que ocurre con lo relativo a la intimidad sexual.
Nuestros hermanos y hermanas protestantes no tienen en la práctica fácil acceso a la tradición místico-contemplativo-apofática del no saber, a no ser que se remonten a los padres y las madres del desierto, a Dionisio el Areopagita, que vivió en el siglo V, al clásico “La nube del no saber” (siglo XIV) o a los místicos católicos y ortodoxos que surgen sin cesar. Y en ausencia de esta tradición, son proclives al fundamentalismo. Los católicos perdemos a menudo contacto con el conjunto de nuestra tradición y solemos dar excesiva importancia a la luz, al orden y a la certeza, hasta el punto de manifestar una entristecedora falta de apreciación de la oscuridad, del camino y de la fe bíblica. Uno esperaría que los supuestos depositarios de la tradición íntegra ("católica") anduvieran más avisados al respecto.

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