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En
Ex 33,21, Moisés "ve" y "oye" hasta cierto grado; sin
embargo, Yahvé no permite a Moisés ver su "gloria" ni su
"rostro". Aquí podemos apreciar un brillante y sutil equilibrio entre
el saber y la advertencia: "¡No se te ocurra pensar que o sabes
todo!", entre el ver y el inmediato recordatorio: "¡No has visto
plenamente!". La integración de ambas tradiciones se produce en el propio
texto. Lo único que Moisés puede ver es, cómicamente, la espalda de Yahvé (Ex
33,23).
Considera ahora el perfecto paralelismo
con el pasaje que narra el ascenso de Jesús al monte de la Transfiguración (Lc
9,28-36; Mc 9,2-8; Mt 17,1-9). Aquí se presenta a Jesús como luz resplandeciente
y, sin embargo, también se dice que una nube ensombreció ese espectáculo
luminoso. La epifanía es luz y oscuridad, cognoscibilidad e incognoscibilidad,
revelación y ocultamiento. Luego, Jesús, deliberadamente, baja de la montaña
con los discípulos y se encamina al llano y al desierto de la vida diaria,
dejando atrás esta experiencia iluminadora y henchidora.
Las experiencias de luna de miel no se
pueden prolongar indefinidamente. Siempre hay que dejarlas atrás y regresar a
lo cotidiano. ¿Qué les dice Jesús además a los discípulos? "No contéis a
nadie lo que habéis visto" (Mt 17,9); al menos en la versión de Lucas se
dice que los discípulos siguieron sus instrucciones (Lc 9,36). Esta experiencia
formaba parte de "lo mejor y más importante". Jesús sabía que hablar
de ella demasiado pronto no haría más que debilitarla. El silencio se antoja
necesario para salvaguardar la sacralidad y el misterio, al igual que ocurre
con lo relativo a la intimidad sexual.
Nuestros hermanos y hermanas protestantes
no tienen en la práctica fácil acceso a la tradición
místico-contemplativo-apofática del no saber, a no ser que se remonten a los
padres y las madres del desierto, a Dionisio el Areopagita, que vivió en el
siglo V, al clásico “La nube del no saber”
(siglo XIV) o a los místicos católicos y ortodoxos que surgen sin cesar. Y en
ausencia de esta tradición, son proclives al fundamentalismo. Los católicos
perdemos a menudo contacto con el conjunto de nuestra tradición y solemos dar
excesiva importancia a la luz, al orden y a la certeza, hasta el punto de
manifestar una entristecedora falta de apreciación de la oscuridad, del camino
y de la fe bíblica. Uno esperaría que los supuestos depositarios de la
tradición íntegra ("católica") anduvieran más avisados al respecto.
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