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El desierto y la cima
del monte
Para una espiritualidad de la oscuridad,
las metáforas bíblicas serían la cueva, el éxodo, el exilio, el vientre del
pez, el páramo y, sobre todo, el desierto. Una espiritualidad de la luz estaría
representada por imágenes de cimas de montes, en especial las del Sinaí, el
Horeb, el Tabor e incluso el monte de las Bienaventuranzas. Y también, hasta
cierto punto, por el lenguaje apocalíptico que se encuentra en los libros de
Daniel, Ezequiel y el Apocalipsis, aunque sus tentativas de ser luz perfecta
(es decir, “apokálypsis” o
"revelación") suelen terminar confundiendo a la mayoría de la gente y
conduciéndola de regreso al miedo y a las conjeturas interesadas, como hoy
vemos en la mayor parte de los arrobamientos y teorías sobre el juicio final.
(Este ha sido el efecto práctico del grueso de la literatura apocalíptica,
porque permite a la mente indisciplinada proyectar lo que le venga en gana
sobre un imaginario estrambótico, dualista y, por lo general, bélico. La serie
de éxitos de ventas ‘Left Behind’ [Dejados atrás] sería un ejemplo de semejante
apelación al miedo en general, al miedo a la muerte, a Dios como ser vengativo
y a la religión como superioridad y exclusivismo. No hay mucho amor a la vista.
El hecho de que el cristianismo occidental se sienta atraído por tales libros,
que no exigen nada del lector salvo ideas, constituye un juicio demoledor sobre
su inmadurez).
Para los propósitos (de este trabajo), de
este libro, yuxtapondremos y valoraremos en su justa medida tanto el desierto
como la cima del monte. Estas son dos metáforas diferentes para designar el
gran misterio de aquello de lo que no se puede hablar directamente en lenguaje
racional. La tradición del monte gira en torno a la presencia; la tradición del
desierto, en torno a la ausencia. La tradición del monte tiene que ver con
hablar; la tradición del desierto, con el silencio. El monte del saber, el
desierto del no saber. Tanto "la columna de fuego de día [como] la columna
de nubes de noche" (cf. Ex 13,21-22) son buenos guías, ¡pero nunca por
separado!
El saber y el no saber están bellamente
entrelazados en dos pasajes complementarios de las Escrituras: Moisés en el
monte Sinaí y Jesús en el monte de la Transfiguración. En Ex 20-21 vemos que,
estando Moisés en el Sinaí, Dios se hace de algún modo manifiesto y, no
obstante, habita en tenebrosa oscuridad. En Dt 4,15 puede leerse. "Aquel
día no visteis figura alguna en el Horeb".
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