miércoles, 6 de junio de 2018

100.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


100.- 
Todas las cosas terrenas son una mezcla de oscuridad y luz, y no es bueno pretender separar por entero la una de la otra. O como lo formula positivamente Jesús: "Solo Dios es bueno" (Mc 10,18). Incluso las cosas buenas de este mundo están aún sujetas a imperfección, desgarradura y decadencia. "Todo lo que existe bajo el sol es vanidad y caza de viento", dice Qohélet (Ecl 1,14). Tal es la esencia el estado material, y siempre resulta decepcionante admitirlo.
Estoy totalmente a favor de las enseñanzas papales, pero aún no he conocido a nadie que se haya convertido a raíz de una encíclica (¡aunque no me cabe duda de que algunas personas lo han hecho!). Las enseñanzas papales son demasiado claras, lógicas, lineales, brillantes, propias casi exclusivamente del hemisferio cerebral izquierdo. Eso es energía solar y a menudo resulta excesivo; complace a la mente, en especial a las mentes penetrantes, más que al alma. Compara las enseñanzas papales con las parábolas y los aforismos de Jesús, que suelen ser indirectos, sutiles y muy susceptibles de malentendidos y abusos.
 Jesús es más bien un maestro "lunar", paciente con la oscuridad y con el crecimiento. Él mismo dice con toda claridad: "La semilla germina y crece sin que sepamos cómo" (Mc 4,27). Jesús parece estar dispuesto a vivir con ese no saber, representando seguramente la infinita paciencia y el seguro control de Dios. Cuando uno sabe que por fin está al cargo, no tiene por qué tener todo atado a lo largo del camino. Es posible trabajar alegre e incluso eficazmente con "semillas de mostaza" (Mc 4,31).
A lo largo de la mayor parte de la historia humana, la poesía y la religión han sido prácticamente uno y lo mismo. La poesía era el único lenguaje digno de la religión. La buena poesía no trata tanto de definir una experiencia cuanto de comunicarla, al igual que debería hacer la buena liturgia. Intenta despertar en la persona el ver, oír y conocer propio de ésta. Más que ofrecer la conclusión, enseña un proceso por medio del cual uno puede llegar a conocer por sí mismo. No "explica demasiado las cosas ni destruye el asombro".
Jesús hace lo mismo, en particular con las parábolas; incluso lo dice explícitamente tanto al comienzo como al final de su discurso en parábolas (cf. Mt 13,13.51-52). Esa es la razón por la que el lenguaje de la religión fue durante mucho tiempo la poesía, el aforismo y la narración sagrada, nunca la mera prosa o las doctrinas lineales. Si, enseñando como él lo hizo, me expusiera a ser tan malentendido y malinterpretado como fue Jesús, seguramente sería calificado de hereje o, al menos, de pensador harto confuso y peligroso. ¿Por qué tenemos que ser más claros o menos susceptibles de malentendidos que Jesús? Al parecer, eso no era un problema para él.

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