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Todas
las cosas terrenas son una mezcla de oscuridad y luz, y no es bueno pretender
separar por entero la una de la otra. O como lo formula positivamente Jesús: "Solo
Dios es bueno" (Mc 10,18). Incluso las cosas buenas de este mundo
están aún sujetas a imperfección, desgarradura y decadencia. "Todo lo que
existe bajo el sol es vanidad y caza de viento", dice Qohélet (Ecl 1,14).
Tal es la esencia el estado material, y siempre resulta decepcionante
admitirlo.
Estoy totalmente a favor de las enseñanzas
papales, pero aún no he conocido a nadie que se haya convertido a raíz de una
encíclica (¡aunque no me cabe duda de que algunas personas lo han hecho!). Las
enseñanzas papales son demasiado claras, lógicas, lineales, brillantes, propias
casi exclusivamente del hemisferio cerebral izquierdo. Eso es energía solar y a
menudo resulta excesivo; complace a la mente, en especial a las mentes
penetrantes, más que al alma. Compara las enseñanzas papales con las parábolas
y los aforismos de Jesús, que suelen ser indirectos, sutiles y muy susceptibles
de malentendidos y abusos.
Jesús
es más bien un maestro "lunar", paciente con la oscuridad y con el
crecimiento. Él mismo dice con toda claridad: "La semilla germina y crece
sin que sepamos cómo" (Mc 4,27). Jesús parece estar dispuesto a vivir con
ese no saber, representando seguramente la infinita paciencia y el seguro
control de Dios. Cuando uno sabe que por fin está al cargo, no tiene por qué
tener todo atado a lo largo del camino. Es posible trabajar alegre e incluso
eficazmente con "semillas de mostaza" (Mc 4,31).
A lo largo de la mayor parte de la
historia humana, la poesía y la religión han sido prácticamente uno y lo mismo.
La poesía era el único lenguaje digno de la religión. La buena poesía no trata tanto
de definir una experiencia cuanto de comunicarla, al igual que debería hacer la
buena liturgia. Intenta despertar en la persona el ver, oír y conocer propio de
ésta. Más que ofrecer la conclusión, enseña un proceso por medio del cual uno
puede llegar a conocer por sí mismo. No "explica demasiado las cosas ni
destruye el asombro".
Jesús hace lo mismo, en particular con las
parábolas; incluso lo dice explícitamente tanto al comienzo como al final de su
discurso en parábolas (cf. Mt 13,13.51-52). Esa es la razón por la que el
lenguaje de la religión fue durante mucho tiempo la poesía, el aforismo y la
narración sagrada, nunca la mera prosa o las doctrinas lineales. Si, enseñando
como él lo hizo, me expusiera a ser tan malentendido y malinterpretado como fue
Jesús, seguramente sería calificado de hereje o, al menos, de pensador harto
confuso y peligroso. ¿Por qué tenemos que ser más claros o menos susceptibles de
malentendidos que Jesús? Al parecer, eso no era un problema para él.
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