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La
Biblia, “en su totalidad”, consigue
un delicado equilibrio entre saber y no saber, entre el empleo de palabras y la
humildad en lo que a estas respecta, aun cuando las tradiciones subsiguientes a
menudo no hayan encontrado un equilibrio equiparable. La
"eclesialización" necesita, por su propia definición, hablar con
absolutos y certezas. Se espera de ella que eleve pretensiones de verdad
absolutas; y cuando no puede hacerlo, se siente muy frágil. Se trata del mismo
aprieto que aquel en el que se encuentra un político, que debe pretender que
está absolutamente seguro de sí, aun cuando todos sabemos que ello no es
cierto. Como dicen Marcus Borg y otros en The
Emerging Christian Way [El incipiente camino cristiano], tal es la tarea en
gran medida imposible que la religión institucional se ha echado encima de ella
misma. Y en mi opinión, se está desmoronando bajo su peso.
Entiendo la necesidad estructural de
claridad, certeza e identidad, en especial para ponerse en marcha cuando uno es
joven. La religión, sin embargo, necesita también un agente equilibrador para
desencerrarse desde dentro, y ese agente no puede ser otro que lo que la
mayoría de nosotros llamaríamos tradición mística u oracional.
("Misterio", "místico", "mascullar": todas estas
expresiones derivan del verbo griego “myeîn”,
que significa "callarse, cerrar los labios"). Si no se opera esa
apertura, no podremos formar muchos adultos cristianos, cristianos capaces de
tender puentes hacia personas de otras convicciones.
Carente de una profunda tradición
oracional, la religión ha gritado: "¡Qué viene el lobo!", demasiadas
veces a lo largo de la historia, y posteriormente se ha demostrado que estaba
equivocada. Coteja antiguas declaraciones autoritativas de la Iglesia sobre la
democracia, la guerra, la tortura, la esclavitud, las mujeres, la usura, las
vacunas, el antisemitismo, la revolución, las formas litúrgicas, los pueblos
indígenas, el latín y el universo geocéntrico, por nombrar tan solo unas
cuantas importantes. Si hubiéramos contrabalanceado nuestro saber con un honesto
no saber, nunca habríamos cometido tan mayúsculos errores. Partiendo de una
línea distorsionada de la Escritura hemos demostrado lo que nos ha convenido.
El corazón que no ora torcerá siempre la realidad a su gusto.
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