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Así
y todo, lo que aquí estamos intentando hacer es usar esas cosas de importancia
secundaria para señalar a -y clarificar- lo realmente importante, "sobre
lo cual resulta imposible hablar". Pero ¿qué puedo hacer si no? Todas
nuestras palabras, creencias y ritos son meros "dedos que señalan a la
luna".
Yo creo que Jesús sigue la misma
arriesgada senda, y ello ha posibilitado que sea interpretado de tantas y tan
diferentes maneras (en la actualidad existen en el mundo entero treinta mil
"confesiones" cristianas). Al parecer, él estaba dispuesto a asumir
el riesgo; de lo contrario, habría escrito sus ideas. (¿Se te había ocurrido
esto alguna vez?).
Hablar de Dios empieza a parecer una
tarea imposible, al menos si uno piensa que tiene derecho a la certeza o la
perfecta claridad. Esta es la necesaria y positiva pobreza de todo lenguaje
espiritual. Al fin y al cabo, Jesús nunca dijo: "¡Tienes que acertar con
la verdad!", ni siquiera que fuera importante estar en lo cierto. Habló
sobre todo de ser honestos y humildes (probablemente las únicas formas de
llevar razón accesibles para nosotros).
Esta admitida pobreza lingüística debería
mantenernos humildes, así como llenos de curiosidad y en permanente búsqueda de
Dios, aunque la historia de las religiones ha sido en gran medida lo contrario.
De hecho, a lo que nos hemos dedicado mayormente ha sido a hablar de los
"asuntos de tercer rango", los que nos permiten tener sensación de
certeza, orden y control, temas como, por ejemplo, las finanzas, las
vestimentas, los edificios, los roles, los cargos y quien posee la autoridad. A
juzgar por mi experiencia, “las personas que encuentran a Dios suelen
ser personas que se toman muy en serio su búsqueda y sus preguntas, dándoles
mucha más importancia que al hecho de tener absoluta certeza sobre sus
respuestas”. Ofrezco esto como una sabiduría conquistada a base de
esfuerzo y sufrimiento.
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