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El cuadrilátero
«La ley es solo nuestra niñera.
Una vez que ha venido el Cristo, somos legitimados por la confianza»
- Ga 3,24
«¿Significa eso que con la fe
invalidamos la ley? ¡De ningún modo! Antes bien, le damos su valor auténtico».
- Rom 3,31
Después del último capítulo sobre la
"mera" mutualidad y presencia, quizá te preocupe que yo -o la Biblia-
pueda estar condiciéndote a una ciénaga de relativismo. Al fin y al cabo
necesitamos saber qué posición adoptamos sobre las cosas, ¿no? ¿No es cierto
que tenemos que dar al menos un bocado al fruto del árbol del conocimiento del
bien y del mal? Este capítulo nos va a adentrar aún más en lo que en modo
alguno es una ciénaga, pero podrá parecérnoslo si nos estamos familiarizados
con direcciones y temas bíblicos.
Pero no temas: ni soy un hereje ni la
Biblia te va a llevar por mal camino. No sin razón dijo Jesús: "Estrecha
es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida" (Mt 7,13).
La fe siempre será fe, y nunca vamos a ser capaces de transformarla en certeza
y claridad total, aun cuando esta sea siempre la tentación de la religión.
En primer lugar, pienso que debemos ser
honestos y admitir que el único absoluto que nos promete la Biblia es Yhwh, en
relación con el cual todo lo demás es, sin duda, relativo. A ninguna
institución, ni siquiera a Israel mismo, a ningún sacerdocio ni reinado ni
poder militar, a ninguna escuela conceptual ni ningún sistema legal se le
permitió nunca desplazar a Yhwh como "peña y alcázar" de Israel (Sal
71,3). De hecho, cabría argumentar que esta es la cuestión decisiva. Aunque
todas las instancias mencionadas intentaron suplantar y a menudo suplantaron a
Yhwh como punto de referencia fundamental, eso fue siempre calificado de
"idolatría" por los profetas.
Pablo dirá otro tanto. Nada puede ocupar
el lugar de Dios ni "separarnos del amor de Dios" (Rom 8,38-39); pero
puesto que la moral en particular es un sucedáneo habitual de la religión y a
menudo la sustituye como falso absoluto, veremos cómo Pablo se enfrenta con la
ley de una manera especial; de hecho, ese enfrentamiento acapara el contenido
de los dos libros bíblicos citados al comienzo de este capítulo: la Carta a los
Romanos y la Carta a los Gálatas. Estas dos epístolas constituyen una
demostración de fuerza argumentativa contra la idolatría de la ley y son parte
esencial del canon de la Biblia.
La relación entre la gracia y la ley
termina siendo un asunto central para casi cualquier persona involucrada en la
religión con cierta profundidad. Básicamente, se trata de la tensión creativa
entre la religión como conjunto de requisitos y la religión como
transformación. El favor de Dios, ¿se basa en un principio de rendimiento o
mérito personal? ¿O responde a una economía y una ecuación por completo
diferente? Como probablemente esperas, apostaré con decisión por una ecuación
diferente, pero no pretendo rechazar ni descartar el necesario tira y afloja
aquí implicado. Por eso lo denomino un combate de boxeo; no obstante, se trata
de un combate en el que la gracia “debe”
ganar y, de hecho, siempre termina ganando.
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