miércoles, 6 de junio de 2018

68.- EL CUADRILÁTERO


68.- 
Si no fuera por la presencia de Dios en mí, ni siquiera podría entender la finalidad de la ley. El Espíritu suscita en mí el sentido verdadero de la ley; por eso afirma san Juan: "Cuando venga, el Espíritu mostrará al mundo cuán equivocado estaba sobre el pecado y sobre quién vivía en la justicia, así como en lo relativo a sus juicios" (Jn 16,8). Esto nos debería inspirar a todos una profunda humildad.
¿Por qué llegó Pablo a conclusión tan clara? Porque había sido un hombre de la ley. Como él mismo nos cuenta en la Carta a los Filipenses (Flp 3,6-8), Pablo era un fariseo perfecto. "En la medida en que la ley puede hacer a uno perfecto, yo era irreprochable", afirma. Sin embargo, en la línea siguiente admite que era un asesino de masas. "¿Cómo podía tan perfecta observancia religiosa engendrar todavía hombres tan odiosos y violentos como yo?". Esa fue para él la pregunta transformadora, y en su caso funcionó. Y todavía hoy debería ser una pregunta que se plantearan numerosos grupos religiosos.
En Rom 7,8, Pablo nos dice que "el pecado se aprovecha de la ley" para obtener sus propios propósitos. ¿Qué quiere decir Pablo con ello? Nuestro egocentrismo natural y aún no convertido ("pecado") utiliza la religión con el objetivo de incrementar el amor propio. Si quieres odiar a alguien o deseas ser despiadado, vengativo, cruel o rencoroso, puedo revelarte una forma de hacerlo sin sentir ni una pizca de culpa: ¡hazlo por razones religiosas! Hazlo pensando que estás obedeciendo una ley, cumpliendo algún mandamiento o llevando a la práctica algún versículo de la Biblia. Funciona bastante bien. Tu intacto egocentrismo puede usar y usará la religión para sentirse superior y "cargado de razón". Es un patrón común.
Entonces, ¿cuál es la verdadera finalidad de la ley? No es hacer que Dios te ame. Ese tema está solucionado ya de una vez por todas, y no depende de ti cambiarlo en una dirección u otra. El propósito de la ley espiritual es sencillamente agudizar nuestra conciencia sobre quiénes somos nosotros y quién es Dios, de suerte que podamos identificar nuestra propia insuficiencia y, en ese mismo movimiento, encontrar la plenitud de Dios. Esta es la razón por la que santos como Francisco de Asís invariablemente dicen, en efecto: "No soy nada. Todo lo bueno que he hecho procedía de Dios. Lo único que puedo reclamar como mío son mis pecados". No se trata de un exceso de humildad, sino de mera franqueza. En tales personas, la ley alcanza su verdadera finalidad.

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