jueves, 7 de junio de 2018

1.- INTRODUCCIÓN


LA BIBLIA Y SU ESPIRITUALIDAD
Richard Rohr, OFM

Introducción
Conectar unos puntos con otros

"No enseñamos a la manera en que es enseñada la filosofía, sino a la manera en que enseña el Espíritu. Deseamos explicar las cosas espirituales en términos espirituales".    -1 Cor 2,13

"En tu bondad, permites al ciego hablar de tu luz".  -Nicolás de Cusa

Algunas cosas debemos atrevernos a decirlas, no porque confiemos plenamente en nuestra capacidad de comunicarlas, sino sostenidos por una fe mucho más fuerte en la presencia objetiva dentro de nosotros del "Valedor... [que] os lo enseñará todo" (Jn 14,26) y cuya "ley está escrita en vuestros corazones" (Jr 31,33). En realidad, los maestros espirituales no hacen sino "secundar las mociones" del Espíritu Santo.
La primera moción es plantada ya en nosotros por Dios en el momento de nuestra creación (Jr 1,5; Is 49,1), y eso es probablemente lo que confiere a la sabiduría espiritual tanta convicción interior y tanta autoridad exterior. "No se trata de enseñar nada del todo nuevo. De algún modo, ya lo sabemos; pero se vuelve consciente o real cuando lo escuchamos de otra manera".
Esa es la divina symbiosis entre los miembros del cuerpo de Cristo o también la "mayéutica" (partería, obstetricia) de Sócrates, quien creía que no hacía otra cosa que ayudar a dar a luz al bebé que ya se encontraba en el interior de la persona. En cierto nivel, el conocimiento espiritual es experimentado siempre como "re-conocimiento". El propio Pedro dijo que su tarea consistía en gran medida en hacer que su pueblo "recordara" y "rememorara" (2 Pe 1,12-15). Por alguna razón, hemos olvidado eso. Y semejante olvido nos mueve a predicadores y maestros a tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos, haciendo además a los creyentes demasiado dependientes de la autoridad exterior.
Algunos saben "hilar más fino que otros", quizá porque han aprendido eso que se llama "el poder de pensar sin pensar", en nuestra búsqueda de patrones y de sabiduría. Lo que solemos llamar perspicacia o incluso genialidad muchas veces deriva de la capacidad que algunas personas tienen de "tamizar la situación a la que se enfrentan, descargando todo lo que es irrelevante y concentrando la atención en lo que de verdad importa. Lo cierto es que nuestro inconsciente es realmente bueno en esto, hasta el punto de que este procedimiento de hilar fino a menudo arroja una respuesta más apropiada que la de otros modos de pensamiento más deliberados y exhaustivos.
Esperemos hilar lo bastante fino para conseguir abrir algunas puertas por las que alcanzar la verdadera transformación espiritual y a "lo que de verdad importa". Francamente, nuestro disgusto con buena parte de lo que se predica y enseña sobre la Escritura se debe a que nunca parece llegar a este nivel de identificación de patrones; antes bien, a menudo se queda en el plano de la anécdota, del análisis histórico-crítico. Suele ofrecer inspiración e incluso ser buena teología, pero rara vez parece conectar unos puntos con otros y percibir la trayectoria que se va perfilando. Conectar entre sí tales puntos es absolutamente necesario, ya que, de lo contrario, no dispondremos de ningún criterio que nos ayude a reconocer los pasajes bíblicos regresivos que se apartan de dicha trayectoria. Debemos darnos cuenta de hacia dónde nos llevan esos puntos.

2.- INTRODUCCIÓN


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El hecho de que no queramos o no seamos capaces de hilar fino en la lectura de los textos y de discernir luego la trayectoria ha dado pie a los fundamentalismos cristiano, judío e islámico, que, irónicamente, suelen ignorar los "fundamentos". Si uno no conoce la dirección en que se mueve la Biblia y con qué impulso lo hace, no puede percatarse de cuándo está pedaleando hacia atrás. ¡Termina convirtiendo en "fundamentos" asuntos muy secundarios y pasando por alto los importantes de verdad! Un punto aislado no es sabiduría: a partir de un único texto de la Escritura se puede demostrar lo que se quiera.
Nosotros damos por supuesto que el texto bíblico refleja también la naturaleza de la propia conciencia humana. Incluye pasajes que desarrollan ideas primordiales y pasajes que combaten esos mismos avances y se resisten a ellos. Podríamos hablar incluso de fe e incredulidad: ambas están inscritas en el texto bíblico.
El camino hacia el interior del misterio divino es indefectiblemente un camino hacia lo "desconocido". Aunque buena parte de la Biblia sea mera repetición de motivos que nos resultan familiares y en los que nada nuevo se pide de la historia y nada nuevo se le ofrece al alma, también están esos frecuentes grandes avances que con razón llamamos "revelaciones" del Espíritu (porque nosotros solos, con nuestras "pequeñas mentes", nunca lo lograríamos).
Pero una vez que uno se ha percatado de la trayectoria, está ya siempre preparado para dejarse sorprender y agraciar por lo Desconocido; de ahí, para empezar, la razón por la que a esto lo llamamos "fe". Es lo que trataremos de hacer aquí. Al principio puede parecer aterrador, nuevo o incluso apasionante; pero si perseveramos en la lectura de los textos, a medida que éstos se despliegan, reuniremos la valentía suficiente para conocerlos también como expresión de nuestras más profundas esperanzas e intuiciones. Tal es el ir y venir entre la autoridad exterior y la autoridad interior, entre la Gran Tradición y la experiencia interior. Es el equilibrio que queremos alcanzar aquí.
A diferencia de otros muchos autores que quizá recorren la Biblia libro a libro, vamos a intentar mostrar que las ideas primordiales de la Escritura están ya indicadas a modo de síntesis al comienzo de las Escrituras Hebreas. A partir de esa formulación inicial de los temas procederemos luego a algo parecido a un desarrollo de personajes o temas a través de toda la parte central de la Biblia. Hacia el final de ésta, sobre todo en el Cristo resucitado y en la teología paulina del Cristo resucitado, tenemos una suerte de ‘crescendo’, la revelación plena de aquel que podemos considerar un Dios no violento y enteramente misericordioso y que nos invita a la unión amorosa con él.
Hace falta toda la Biblia para ir más allá del afán castigador y de la mezquindad que proyectamos hacia Dios y albergamos en nosotros mismos. Pero por ahora tenemos que seguir c conectando unos puntos con otros. Recuerda: ‘la forma de llegar a la meta determina dónde se sitúa esta al final’. El proceso mismo es importante y confiere autoridad al resultado. El medio se convierte en el mensaje, como certeramente afirmó Marshall McLuhan en la década de 1960. Los textos que nos llevan dos pasos hacia atrás hacen aún más apremiante avanzar y nos posibilitan asimismo una comprensión más profunda cuando alcanzamos la meta.
Lo que deseamos es establecer algunas conexiones claras entre lo que a nuestro juicio son las ideas primordiales de las Escrituras judío-cristianas y una espiritualidad práctica y pastoral para los creyentes actuales. Aunque la trayectoria que trazamos va a parar a Jesús, a quien los cristianos llamamos el Cristo, queremos creer que también un amante de las Escrituras hebreas encontrará aquí mucho de lo que disfrutar.

3.- INTRODUCCIÓN


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Nos encantan las evidentes continuidades que existen entre los dos Testamentos y claramente vemos a Jesús, antes que nada, como un judío que hiló fino con brillantez a la hora de considerar su propia tradición y que nos legó una maravillosa lente para observar con amor la tradición judía y seguir avanzando con ella de un modo inclusivo (que terminó convirtiéndose en su vástago, el cristianismo).
El carácter y el futuro ecuménicos del cristianismo están deviniendo bastante claros. Se trata realmente del lado religioso de la globalización. No podemos seguir rehuyéndonos unos a otros; y si lo hacemos, somos nosotros los que salimos perdiendo (1 Cor 12, 12-30), aunque ello también va en detrimento del Evangelio.
Utilizamos las citas de la Escritura acompañadas tan solo de un breve comentario, con la esperanza de que la sucinta glosa incite y motive al oyente a una más profunda involucración con el texto y el contexto por su propia cuenta. Nos complacería mucho suscitar el amor por la Escritura y propiciar que cada uno acuda allí por sí mismo, a fin de encontrar allí plasmada tanto la propia experiencia interior como alguna validación exterior de la misma.
La verdadera sabiduría espiritual solo se da cuando concurren estos dos aspectos: la autoridad interior y la autoridad exterior. Durante mucho tiempo hemos insistido exclusivamente en la autoridad exterior, sin enseñar a los creyentes a orar, a aventurarse en el itinerario interior, a alcanzar una conciencia madura. Las consecuencias para el mundo y para la religión han sido nefastas.
Cada vez estamos más convencidos de que la palabra "oración", que se ha convertido en una actividad funcional y pía que se espera de los creyentes, constituye en realidad una descripción de la experiencia interior. Ha ahí la razón por la que todos los maestros espirituales recomiendan con tanta frecuencia orar. Lo que están diciendo es: "¡Entra y descúbrelo tú mismo!". A lo largo de la presente obra, entendemos de este modo la oración y la experiencia interior. Jesús lo expresa gráficamente: "Cuando vayas a orar, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre a escondidas" (Mt 6,6). Cuando uno lo oye decir de este modo, resulta bastante obvio.

Las citas bíblicas han sido parafraseadas a partir de varias excelentes versiones de la Biblia; a decir verdad, algunas han sido traducción propia (del autor R. R.), fruto del detenido estudio y -al menos eso espero- la inspiración.


1.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


1.-
1.- Información no equivale necesariamente a transformación

               "El exceso de explicación nos aleja del asombro".   
                                                                                         -Eugene Ionesco

En la actualidad necesitamos personas transformadas, no sólo personas con respuestas. Comenzamos citando a Ionesco, el dramaturgo francés de origen rumano, para curarnos en salud desde el principio: no queremos que nuestra verborrea aleje a nadie del asombro o se convierta en un sucedáneo de su experiencia interior. Las respuestas de la teología y la Biblia han desempeñado y siguen desempeñando ese papel para demasiada gente.
¡El objetivo de toda esa prodigiosa antología de libros y cartas que llamamos Biblia es justamente suscitar asombro! Su meta es la transformación divina (theosis), no la comodidad intelectual ni la molicie del "pequeño yo".
El escritor anglo-americano D.H. Lawrence afirma que "lo que más teme el mundo es una experiencia nueva, porque desplaza a las anteriores". Las ideas nunca son problema. "El mundo puede encasillar cualquier idea", dice. Las ideas son fáciles de descartar y de soslayar. Pero una auténtica ‘experiencia interior’ es otro cantar. Nos cambia, y los cambios no nos gustan a los seres humanos. A este mismo respecto, Rosemary Haughton habla con razón del "filo de la navaja de la experiencia".
La revelación bíblica nos invita a vivir una experiencia verdaderamente nueva. Por fortuna, en el siglo XXI la conciencia humana se encuentra mejor preparada que nunca para experiencias de este tipo. ¡Y también muy necesitada de ellas! El problema estriba en que, en vez de permitir que la Biblia sea una invitación a mirar la realidad ‘con ojos nuevos’, la hemos convertido en un conjunto de ideas sobre las que podemos llevar razón o estar equivocados. Y lo que es aún peor, muchas de tales ideas son las mismas y manidas ideas de toda la vida que reflejan el sistema de recompensa y castigo de la cultura dominante. Así, la mayoría de la gente no espera ya nada ‘bueno’ ni ‘nuevo’ de la trascendental revelación a la que conocemos como la Biblia.

2.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN




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La palabra que los cuatro evangelistas y san Pablo eligieron para denominar la nueva revelación, ‘evangelio’ (que actualmente traducimos por "buena noticia"), era a la sazón un término extraño. Pertenecía, de hecho, a un mundo dominado por guerras y batallas. Un "evangelio" era un mensaje de victoria que, enviado desde el campo de batalla, anunciaba al bando ganador el comienzo de una nueva era. Salta a la vista que el mensaje de Jesús fue entendido como algo auténticamente nuevo. Y así sigue siendo entendido en nuestros días, siempre y cuando ‘hagamos las preguntas pertinentes’ y, como decía Jesús, tengamos la "pobreza de espíritu" (Mt 5,3), esto es, no seamos altaneros ni petulantes ni estemos pagados de nosotros mismos. Las personas con tales características  son en gran medida incorregibles.
Todos necesitamos de por vida lo que Jesús llamó el "espíritu de principiante" propio de un niño lleno de curiosidad. Este espíritu, que algunos llaman "inmediatez permanentemente renovada", es el mejor camino para adquirir sabiduría espiritual, como trataremos de evidenciar a lo largo de esta obra. Si solo nos preocupamos por el estatus espiritual de nuestro grupo o por las primas de nuestra privada "seguridad social", los evangelios no nos parecerán nuevos ni buenos, ni siquiera nos resultarán atractivos. Seguiremos viviendo con nuestros habituales automatismos, aun después de leerlos. Serán "religión" conforme a las expectativas que de esta hemos llegado a tener en nuestra concreta cultura, pero no un verdadero "asombro" que todo lo reorganiza.

3.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


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Algunos especialistas, curiosamente, afirman que Jesús vino a poner fin a la religión. Esto no es tan terrible como suena. En efecto, Jesús vino a dar por terminada la religión “tal cual era”. La religión primitiva, la religión arcaica era, por lo general, un intento de asegurarse de que no aconteciera nada nuevo. Esto es cierto, sin duda, de los egipcios y sus pirámides, así como de los mayas y su calendario, y constituye también un tema recurrente en las antiguas culturas de Oriente Medio. La gente deseaba que sus vidas y su historia fueran predecibles y controlables, y el mejor modo para conseguirlo era tratar de controlar e incluso manipular a los dioses. La mayoría de las religiones enseñaban a los seres humanos los botones espirituales que debían pulsar para que tanto la historia como Dios siguieran siendo predecibles.
Conviene saber que, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, Dios no ha sido un personaje atrayente y mucho menos encantador. En la Biblia encontramos un exponente claro de este hecho en las denominadas "teofanías" (o acontecimientos mediante los cuales el ser divino irrumpe en la historia). Todas ellas comienzan con las mismas palabras: "¡No temas!". Es la frase corta que más se repite en el texto bíblico. Cuando un ángel o Dios mismo hace acto de presencia en una vida humana, las primeras palabras que pronuncia son sin falta. "¡No temas!". La explicación es clara: los seres humanos han tenido siempre miedo de Dios y, en consecuencia, también de sí mismos. Por lo general, Dios no era "amable", y tampoco estábamos muy seguros de qué pensar sobre nosotros.
La aparición de Dios en escena no se consideraba una buena noticia, sino todo lo contrario. La gente se preguntaba quién iba a morir, a quien le tocaría el castigo o qué precio habría que pagar. La mayoría de las personas no son conscientes de que, antes de la revelación bíblica, la humanidad no esperaba en general que Dios la amara. Aun en nuestros días son mayoría quienes piensan que hay que ganarse el amor y la atención de Dios, y después sienten un profundo resentimiento por ese proceso, al igual que nos ocurre con nuestros progenitores. (No se nos ocurre otro modo de explicar la naturaleza abrumadoramente pasiva e incluso pasivo-agresiva de muchos cristianos practicantes).

4.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


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Este patrón de esperanza y temor está tan arraigado en nuestras mentes que, transcurridos dos mil años desde la encarnación de Dios en Cristo, no es mucho lo que ha cambiado, excepto en una más bien pequeña masa crítica de la humanidad. Conforme a nuestra experiencia, la mayoría de la gente sigue temiendo y procurando controlar a Dios en lugar de amarlo. En realidad, nunca han sabido que esto último fuera posible, pues se guiaban por la ecuación del poder. Cuando una de las partes tiene el poder en exclusiva -y esto, para la mayoría, es lo que define a Dios- todo lo que cabe hacer es temerla e intentar controlarla.
“La única manera de cambiar esto es que Dios modifique la ecuación del poder y nos invite a un mundo caracterizado por la reciprocidad y la vulnerabilidad”. ¡La imagen viva de esa transformación del poder se llama Jesús! En él, Dios tomó la iniciativa de superar nuestro miedo y nuestra necesidad de manipularlo, posibilitando así una relación honesta entre él y nosotros. Esta impensable relación fue plantada ya en la conciencia humana con la idea judía de "alianza de amor".
La mayor parte de las religiones antiguas pensaban que podían "controlar" a Dios mediante el sacrificio de seres humanos, un rito que encontramos en todos los continentes. En tiempos de Abrahán, el instinto sacrificial madura un poco y las víctimas pasan a ser las pobres cabras y ovejas y los pobres bueyes; había que sacrificar animales para complacer a este Dios aterrador. Semejante rito persiste aún en África, la India y Nepal. Las "culturas civilizadas", en cambio, lo han transmutado en gran medida en diversas formas de autosacrificio y actos morales heroicos, ¡porque todos sabemos que “algo” tenemos que sacrificar si queremos ganarnos el favor divino!
No creemos realmente que Dios pueda conocer y amar con naturalidad lo que ha creado, ni que nosotros podamos amarlo a él (¡o siquiera apreciarlo!) de verdad. Tal es la fractura que se encuentra en el núcleo de todo y que genera la Iglesia y la cultura abrumadoramente basadas en el binomio de vergüenza y culpa que hoy tenemos en Occidente. (Dicha fractura estuvo también en el origen de las diversas Reformas europeas, tanto protestantes como católicas).
Lo increíblemente asombroso de la revelación bíblica se encuentra, como esperamos saber mostrar, en el hecho de que Dios es muy diferente de lo que pensamos y también mucho mejor de lo que tememos. Parafraseando lo que un experto en física cuántica decía sobre el universo: "Dios no es solo más extraño de lo que pensamos, sino más extraño de lo que podemos pensar". Dios no es una mala noticia, sino, al contrario, una noticia enormemente buena y reconfortante.

5.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


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Esto es lo que Walter Brueggemann, en su “Teología del Antiguo Testamento”, denomina el "credo de cinco adjetivos" que aparece sin receso en las Escrituras hebreas: este Dios descubierto por Israel -y por Jesús- es concebido sistemáticamente como "misericordioso, clemente, fiel, pronto al perdón y firme en el amor".
Nos ha costado mucho tiempo llegar a “creer” que esto puede ser cierto, pero los únicos que realmente saben que es cierto para ellos son quienes buscan con sinceridad, oran y, a menudo, sufren. Tal es "el filo de navaja de la experiencia" sobre el que escribe Rosemary Haughton. Aisladas de la experiencia interior de esas personas, las expresiones que enumera Brueggemann no son sino cinco expresiones piadosas más. Desconectada nuestra propia experiencia interior de esta clase de Dios, la religión seguirá siendo, en su mayor parte, meramente ritualista, moralizadora, doctrinaria y en gran medida triste.
En este trabajo describimos la Biblia como lo que el historiador, científico social y crítico literario René Girard llama "un texto en gestación". El texto mismo avanza poco a poco y a veces retrocede, al igual que hacemos los seres humanos. En otras palabras, no se limita a ofrecernos las conclusiones, sino que “crea un conjunto diáfano de pautas y una trayectoria, de modo que nuestra tarea consiste en conectar los puntos hacia delante y hacia atrás para formar una línea”. En nuestra opinión, este trabajo solo puede llevarlo a cabo la experiencia interior, no los meros textos probatorios ni los sistemas de creencias externas. Desde el punto de vista de la espiritualidad, de nada sirve ofrecer conclusiones precipitadas a las personas antes de que hayan recorrido su propio itinerario interior. Siempre las malinterpretarán o harán mal uso de ellas, y esto "las alejará del asombro".
No tenemos otro remedio que asumir que nosotros mismos somos el aparato receptor de radio, pues ningún papa ni ninguna cita bíblica pueden eliminar esta invitación y esta responsabilidad. Por fortuna, si es evangelio auténtico, se trata de "conocimiento participativo", y nosotros tan solo somos receptores de radio y captamos nuestra pequeña poción del misterio. Eso debería hacernos a todos más humildes.

6.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN



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Somos conscientes de que todos hemos pasado por épocas en las que hemos deseado que la Biblia fuera una suerte de "los siete hábitos de la gente altamente afectiva". "Limítate a darnos las conclusiones correctas” -pensábamos- en lugar de todos esos libros de los Reyes, el Levítico, las Crónicas y todas esas cartas paulinas, que ni siquiera nos gusta leer. ¿Qué tiene que ver toda esa monótona historia, toda esa colección de datos científicamente obsoletos, con las cosas que de verdad importan?". He aquí la razón por la que una enorme cantidad de personas ha dejado la Biblia por imposible y por la que a la mayoría de los católicos ni siquiera les interesa. (A menudo durante la celebración de la misa, veo como a la gente se le vidrian los ojos en cuanto comienzan las lecturas del leccionario. ¡Bien “sabes” que no miento!).
Pero la genialidad de la revelación bíblica radica en que no se limita a darnos las conclusiones, sino que nos ofrece: el proceso para llegar a ellas, y la autoridad interior y exterior para confiar en ese proceso. Para mayor énfasis voy a reiterar una idea que ya he expresado anteriormente: la vida misma, y también la Escritura, consiste en dar tres pasos adelante y dos hacia atrás. Consigue su objetivo y luego lo pierde o al menos lo cuestiona. En esto, el texto bíblico refleja la dinámica de la conciencia y el devenir humanos. Nuestra tarea consiste en averiguar a dónde conducen los textos que suponen tres pasos adelante (invariablemente hacia la misericordia, el perdón, la inclusión, la no violencia y la confianza), lo cual nos capacita para reconocer y entender adecuadamente aquellos otros textos que suponen dos pasos hacia atrás (que, por regla general, tratan de la venganza, la mezquindad de Dios y la primacía de la Ley sobre la gracia, así como de la forma sobre el fondo y del procedimiento sobre la relación).
“¡Eso es lo que no podrás discernir si careces de la experiencia interior de cómo actúa Dios en tu propia vida!” Te limitarás a sustituir el auténtico espíritu interior por el texto. O como afirma Pablo con valentía: "La letra sola mata, pero el Espíritu da vida" (2 Cor 3,6).

7.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


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Aquí vamos a considerar la Biblia como una compilación de numerosos libros. Si creemos en la inspiración, si aceptamos que el Espíritu guió la escucha y redacción de estos textos, aunque, al igual que ocurre con todo lo humano, sólo "como enigmas en un espejo" (1 Cor 13,12), también nosotros nos dejaremos orientar. Confiaremos en que en este conjunto de escritos acontece el desarrollo de una fundamental sabiduría divina. Entretejidos con estas ideas en gestación se hallan "los grandes temas de la Escritura".
Cuando nos encontramos con Jesús resucitado, nada hay que temer de Dios. El aliento mismo del Resucitado se identifica con el perdón y el “Shalom” divinos (Jn 20,20-23). Si Jesús resucitado es la revelación definitiva de la esencia divina, entonces de repente vivimos en un universo seguro y encantador. Pero ello no se debe a que Dios haya cambiado, ni a que el Dios de Jesús sea diferente del Dios judío, sino a que “nosotros” maduramos a medida que recorremos los textos y profundizamos en nuestra propia experiencia. Dios no cambia; lo que sí lo hace, y además necesita mucho tiempo para ello, es nuestra disposición a aceptar un Dios semejante. Persevera en la lectura del texto y en tu vida interior con Dios, y verás cómo se incrementa y agudiza tu capacidad para comprender a Dios. Pero si lees el texto bíblico en busca de conclusiones seguras que reafirmen rápidamente tu "falso yo", como si cada versículo fuera una afirmación dogmática, no sólo cesará todo crecimiento espiritual, sino que te convertirás en un ser dañino tanto para ti mismo como para los demás.
Así como la Biblia nos lleva paso a paso a través de numerosos etapas de la historia de la conciencia y de la salvación, así también cada uno de nosotros necesita largo tiempo para vencer la necesidad de pensar con esquemas dualistas, erigirnos en jueces de los demás, ser acusadores, medrosos, inculpadores, egocéntricos e infatuados. ¡El texto en gestación refleja y registra nuestra propia gestación, ilustrando todas estas etapas desde el interior mismo de la Biblia! Te ofrecerá respuestas a casi todo, unas maduras, otras inmaduras, y tendrás que aprender a diferenciar entre ellas.
¿No constituye un consuelo saber que la vida no es una línea recta? Eso es lo que deseamos muchos de nosotros, y además se nos ha enseñado que así debería ser, pero aún no he conocido ninguna vida que sea una línea recta hacia Dios. (¡Y eso que he tratado incluso a la madre Teresa de Calcuta!). Lo vemos todo claro y, a la vez, no entendemos nada. Entra Dios en nuestra vida y enseguida estamos luchando contra él, esquivándolo, huyendo de su presencia. Experimentamos por un instante la comunión o intimidad con Dios y, acto seguido, retrocedemos diciendo: "Es demasiado bueno para ser verdad. Me lo debo estar inventando". Por fortuna, Dios, en su acción, cuenta ya con todo ello, y eso es lo que denominamos misericordia o amor inquebrantable.

8.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN




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Pero ¿cómo llegamos a saber cuáles son estos grandes temas de la Escritura? ¿Cuáles son las ideas fundamentales que liberan la historia de la humanidad? Henri de Lubac, jesuita francés y uno de los grandes teólogos del Concilio Vaticano II, celebrado a comienzos de la década de 1960, decía que existen dos mediocres enfoques alternativos a la hora de interpretar la Escritura. El primero lo identifica con los trillados moralismos y beaterías de quienes jamás han estudiado el contexto histórico y antropológico en el que surgió la Biblia (la tentación conservadora). Es todo corazón, pero poca cabeza. Resulta dulce y agradable, más nunca va a transformar la historia. Jamás conmoverá a nadie con un mínimo de formación, por decirlo honestamente, y se convierte en un pretexto para encubrir un orgullo desmedido y un montón de prejuicios.
El otro enfoque mediocre, sostiene Lubac, es la angosta interpretación histórico-crítica de quienes no han tenido experiencia real alguna de Dios (la tentación progresista). Son las fórmulas "ilustradas" de quienes carecen de la experiencia interior necesaria para despertar la realidad del mundo espiritual. Hablan mucho de Dios, más no lo aman realmente. El único camino posible para ellos consiste en reemplazar el Espíritu por la letra, la autoridad interior por la explicación científica y el conocimiento experiencial por la erudición. Es todo cabeza, pero poco corazón. Aprendemos qué quiere decir exactamente el texto griego y si Jesús pronunció en realidad estas o aquellas palabras, todo lo cual devuelve el control a la mente, pero el corazón no experimenta nada que sea misericordioso o nuevo.
Nosotros vamos a intentar identificar un ‘centro saludable’, un espacio entre estas dos formas alternativas de mediocridad. Haremos uso de algunos estudios culturales, así como de la psicología y la conciencia histórica, pero siempre con el objetivo de propiciar la conciencia interior de la acción del Espíritu que en este preciso momento nos está guiando. Esta modestia y esta confianza harán que nos situemos humildemente ante el texto bíblico y no tengamos tanta necesidad de alcanzar rápidas conclusiones.
Entonces conocerás por ti mismo, y no solo porque "la Biblia así lo dice" o porque lo afirma cualquier otro a quien le hemos dado nuestra confianza. La madurez espiritual se caracteriza siempre por un confiado ir y venir entre la autoridad exterior y la interior. A tenor de nuestra experiencia, los conservadores son quienes se apoyan en exceso en la autoridad exterior, mientras que los liberales tiende tienden a confiar demasiado en su propia autoridad interior. La madurez es, como siempre, ese “tertium quid” entre ambos extremos, un lugar espacioso que nos es ofrecido por Dios y por la gracia y que a nadie le resulta del todo cómodo.

9.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


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Comprometerse a bregar de verdad con el texto resulta siempre más apasionante, pero también puede desafiar la visión que tengamos de la Biblia o de nosotros mismos. Aprender en qué contexto dijeron Jesús o Jeremías esto o aquello, ahondar en por qué los personajes de la Biblia actúan del modo en que lo hacen, nos llevará con frecuencia a darnos cuenta de cuán revolucionario y anti-intuitivo puede ser el texto bíblico. Así que prepárate para cambiar. El texto estudiado no te saca del atolladero de la manera que tanto temen los fundamentalistas, sino que sencillamente te encamina en la dirección correcta.
Albert Einstein y Carl Jung afirmaron, cada cual a su modo, que la pregunta fundamental del ser humano es: "¿Estamos relacionados o no con algo infinito?". Nosotros lo formulamos del siguiente modo: «¿Formamos parte de un "huevo cósmico" de sentido? ¿Somos parte de un universo "encantado"? ¿O estamos sencillamente atrapados en nuestra desesperada búsqueda de un poco de sentido personal?». La revelación bíblica afirma que estamos “esencialmente” relacionados con algo infinito. De hecho, según la Biblia, no podemos conocer el sentido pleno de nuestra vida hasta que nos percatamos de que no somos sino un pequeño hilo de un tapiz mucho más amplio. En la actualidad, astrofísicos y sociobiólogos sostienen idéntica opinión. La verdad converge hoy como en ningún otro momento de la historia.
En el seno del "círculo de la vida" podemos encontrar un sentido personal, pero ahora nos es dado casi como un regalo. La Biblia dice: en efecto, somos parte de algo infinito, y es maravilloso que así sea, pero ello nos es concedido de un modo sumamente ingenioso. Más adelante lo denominaremos experiencia de la gracia o don inmerecido. Dios se hace presente siempre -y para siempre- como aquel que está “totalmente oculto y, sin embargo, se revela por completo” en el mismo instante o acontecimiento. Esta revelación nunca se te impone; es más, ni siquiera estás obligado a darte por aludido, si no quieres. Lo que llamaremos "pensamiento no dual" tiene las mayores probabilidades de percibir la epifanía.

10.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN

11.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


11.- 
Como Eckhart Tolle señala en su libro “El poder del ahora”, para experimentar la plenitud divina no hay que estar en un lugar concreto ni ser una persona perfecta. Dios siempre está dado, se encarna a cada instante, se hace presente a quienes saben estar ellos mismos presentes. Curiosamente, con frecuencia son personas imperfectas en entornos bastante seculares quienes se encuentran con "la Presencia" (“parousía”, "plenitud"). Este patrón está bastante claro en toda la Biblia.
Digámoslo sin ambages: una de las grandes ideas de la revelación bíblica es que Dios se manifiesta en lo común, en o real, en lo cotidiano, en el ahora, en las concretas encarnaciones de la vida. Ello contradice la imagen de un Dios que insiste en lo puro, en lo espiritual, en la idea correcta o cualquier otra cosa considerada ideal. ¡Esta es la razón por la que Jesús puso la religión del revés! Los católicos solíamos hablar de "gracia actual" en este sentido. Por eso afirmo que son nuestras experiencias las que nos transforman, siempre y cuando estemos dispuestos a vivirlas hasta el final.
Pero a ello se debe asimismo que tengamos que soportar esos libros aparentemente tan farragosos y aburridos que son 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Levítico, Números, Apocalipsis. En ellos leemos sobre pecados, guerras, adulterios, líos amorosos, reyes, asesinatos, intrigas y traiciones: los acontecimientos comunes de la vida humana, unos maravillosos, otros tristes. Esos libros, al documentar la vida de comunidades reales, de personas corrientes, nos enseñan que "Dios viene a nosotros disfrazado de nuestra propia vida". ¡Pero, para la mayoría de las personas "religiosas", esto supone, de hecho, una decepción! De ahí que, al parecer, prefieren los actos de culto.
Las revelaciones de Dios son siempre concretas y específicas. No son un mundo platónico de ideas y teorías sobre las cuales uno puede estar en lo cierto o equivocarse. ¡La revelación no es algo que uno pueda medir, sino algo o Alguien con quien uno se encuentra! Todo esto se llama el "misterio de la encarnación", que alcanza su plenitud en la encarnación de Dios en un hombre de aspecto corriente llamado Jesús. El exégeta Walter Brueggemann se refiere a este misterio como "el escándalo de lo particular".

12.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


12.- 
No se trata tanto de devenir seres espirituales cuanto de llegar a ser humanos. La revelación bíblica afirma que ya somos seres espirituales, solo que aún o lo sabemos. La Biblia intenta hacernos partícipes del secreto revelándonos a Dios en lo cotidiano. ¡De ahí que gran parte del texto aparezca tan mundano, pragmático, específico y, francamente, tan poco espiritual! La mayoría preferiríamos leer la inspiradora biografía de un devoto santo.
Hemos creado un terrible “dualismo” entre lo “espiritual” y lo que denominamos “no espiritual”. Jesús vino a revelarnos que justamente ese dualismo es una mentira. “El principio de la encarnación proclama que materia y espíritu nunca han estado separados”. Jesús vino a enseñarnos que estos dos mundos en apariencia diferentes son y han sido siempre uno y lo mismo. Sólo que no fuimos capaces de percatarnos de ello hasta que Dios los unió en su cuerpo (Ef 2,11-20).
En la Biblia vemos que Dios se vale de las maltrechas vidas de gente del todo normal que nunca habría superado los escrutinios de los posteriores procesos romanos de canonización. Moisés, Débora, Elías, Pablo y Ester fueron al menos cómplices de asesinato; David, junto con lo anterior, fue un adúltero y un mentiroso; algunos profetas, como Ezequiel, Abdías y Jeremías, eran más bien neuróticos; una historia entera de reyes y guerreros terriblemente malvados: todos ellos son, sin embargo, los sujetos a través de los cuales opera Dios.
El pueblo judío ha estado siempre justo en el infausto centro de la historia, desprovisto de teologías o doctrinas sofisticadas; su única defensa ha sido la fe en que Yahvé está con él y lo guía. Me temo que la verdadera fe bíblica nos hace muy vulnerables a la realidad, porque ahora ya no existe lugar alguno en el que esconderse. ¡No es de extrañar que prefiramos las abstracciones a lo real! Detrás de las abstracciones podemos escondernos, pero la encarnación nos deja por completo a la intemperie y, al mismo tiempo, nos interpela sin cesar.

13.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


13.- 
La incorporación del pensamiento autocrítico y negativo
Una vez que consientes vivir tus experiencias, una vez que aceptas que Dios se encuentra en lo real, aún hay algo más: “¡junto con el lado positivo de lo real has de experimentar su lado negativo!” Nada tiene de extraño que dividamos, esquivemos y neguemos, ni que prefiramos las ideas abstractas, en las que podemos descartar aquello que no consideramos aceptable. Pero las Escrituras judías, de forma sumamente sorprendente, incorporan lo negativo. Jesús hace otro tanto cuando es "tentado durante cuarenta días por el diablo" (recuerda: la tentación implica al menos cierto grado de abstracción y conflicto).
En contra de lo que cabría esperar, el pueblo judío incluyó en la Biblia sus quejas y evasiones, así como sus reyes arrogantes y malvados y a sus muy críticos profetas. El pueblo judío leía sobre todo ello en público y aún lo hace, como también nosotros lo hacemos. ¡Son pasajes que, lejos de cantar las maravillas de los judíos, les recordaban sus miserias!
A la Biblia judía le es inherente la “capacidad para el pensamiento autocrítico”, y ello se expresa de forma enérgica en Jesús y los profetas. “Es el primer paso para superar la visión dualista de las cosas y nos enseña a tener paciencia con la ambigüedad y el misterio”. El pensamiento crítico es también una de las características de la mente occidental que produjo la revolución científica y la revolución industrial, así como las reformas protestantes. Gracias a esta clase de textos sagrados, la religión judía y la religión cristiana tienen siempre fuerza suficiente para corregirse a sí mismas desde dentro.
Ello es bastante raro en la historia de las religiones. La autocrítica resulta necesaria para prevenir la tendencia natural de la religión a la arrogancia y a la excesiva seguridad en sí misma. Socava la posibilidad de que se mantenga por mucho tiempo cualquier tipo de idolatría del grupo, aunque también puede degenerar en cinismo, escepticismo y postmodernidad.

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El pueblo judío tiene una capacidad poco común de hacer frente a experiencias negativas con la sola ayuda de Dios. Esto es justo lo contrario de lo que hoy solemos hacer y que puede ser percibido como fabricarse una religión a partir de los momentos agradables de la vida. “Los judíos crearon una religión a partir de los peores momentos de su vida, y ahí radica probablemente la razón por la que han perdurado con tanta pujanza hasta nuestros días, incluso después del Holocausto”.
Es importante que advirtamos cuán osada fue y sigue siendo la religión judía. Imagina a Moisés diciendo al pueblo antes de cruzar el mar Rojo: "El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad en silencio" (Ex 14,14). O bien: "Los que esperan en el Señor no quedan defraudados" (Sal 25,3).
Afirmaciones de este tipo le dejan a uno desnudo ante sus enemigos y ante el momento presente. Nada tiene de extraño que un tercio del Salterio esté formado por salmos de lamentación. Durante la mayor parte de su historia, el cristianismo ha sido incapaz de actuar así, aunque se consideraba superior al judaísmo (esto lo abordaremos más adelante, cap-9).
Nuestra tentación, ahora como siempre, es confiar no en Dios, sino “en nuestra tradición creyente de confianza en Dios”. ¡No es lo mismo! A menudo es en nuestra tradición en lo que creemos, una tradición en la que podemos hablar de santos y teólogos del pasado que confiaron en Dios. Es un modo muy astuto de evitar la experiencia misma, los intimidatorios encuentros con el Dios vivo, la encarnación en curso. Tendemos a confiar en el pasado por sí mismo, como si Dios hubiera venido al mundo para proteger las tradiciones o como si el pasado fuera de algún modo más sagrado que el presente. Jesús afirma explícitamente que esto es un error (Mt 15,3).
Debo decir que yo amo la tradición, pero se trata de sumisión al maravilloso y siempre desbordante misterio de Dios. En ese sentido, siempre será una tradición del no saber. Es lo que denominamos tradición “apofática” o "nube del no saber", que se convierte en el concepto mismo de fe: la libertad de no saber, porque “soy conocido” más plenamente que yo conozco o incluso necesito conocer (cf. 1Cor 13,12). Necesitamos “suficiente saber” para ser capaces de soportar el misterio del no saber (Pero dejemos este tema hasta el capítulo 6).

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Es increíble que la religión le haya dado la vuelta a la idea bíblica de fe hasta convertirla en exactamente lo contrario: en una tradición de conocimiento cierto, supuesta predecibilidad y completa seguridad sobre quien agrada a Dios y quién no. Supongo que “nosotros” creemos tener a Dios en el bolsillo. Sabemos que es lo que Dios va a decir a continuación, porque pensamos que nuestra particular confesión religiosa lo ha desentrañado todo. En este esquema, Dios deja de ser libre y debe someterse a nuestras normas y decisiones. ¡Ahora bien, si Dios no es libre, tenemos un serio problema, porque entonces, cada vez que perdona o se muestra misericordioso con alguien, está quebrantando sus propias reglas y manifestándose como un ser terriblemente contradictorio!
Lo asombroso de los hebreos es que no reprimieron su realidad. Se negaron a dejarse consolar por mitos irracionales. En cierto modo, Israel no se distanció de sus propias contradicciones o de las contradicciones de la vida, ni de los horrores y abismos de la historia, que en Jesús acabaron convirtiéndose en "la cruz". Pero estas duras realidades ya habían estado presentes en los relatos de Job, así como en  las experiencias de éxodo y exilio de los judíos y en las constantes invasiones u ocupaciones del país por potencias extranjeras. Deben de haber sentido a menudo la necesidad de decirle a Dios esa frase que se le atribuye a Teresa de Jesús: "Si así tratas a tus amigos, con razón tienes tan pocos".

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El huevo cósmico
Para los propósitos globales de este trabajo, me gustaría que imaginaras una figura a la que denominamos "huevo cósmico". Imagina tres cúpulas de sentido. La menor de ellas corresponde a tu historia personal: "Este soy yo", "mi historia". Probablemente, nadie ha tenido el lenguaje o la libertad necesarios para desarrollar este nivel de sentido en medida comparable a lo que ha sido habitual en Europa o Estados Unidos durante más o menos los últimos treinta años. Es el lenguaje de los programas de entrevistas y tertulias de televisión y radio. Es un lenguaje psicológico, de autoayuda, interpersonal, subjetivo. Hasta donde alcanza, es muy bueno.
A lo largo de la historia, la mayoría de las personas no han tenido siquiera acceso a este tipo de lenguaje y han sobrevivido dependiendo en gran medida de las otras dos cúpulas más abarcadoras. Nosotros no lo hemos descubierto hasta hace poco, aunque tiene sus orígenes cristianos en las “Confesiones de san Agustín” y en la brillante descripción que Juan de la Cruz hace de los estados interiores. Este lenguaje responde a numerosas preguntas, de modo que justo ahora es cuando estamos disfrutando de él.
El problema es que este lenguaje es tan rico que se está convirtiendo en un sucedáneo de la verdadera trascendencia. Como ves “mi historia" no es todavía toda “la historia". Crea individuos, incluso buenos individuos, pero no santidad ni auténtica integridad, ni siquiera personas conscientes de su lugar en la sociedad o la historia.
De ahí que exista una segunda cúpula de sentido más abarcadora que engloba a la primera: "Estos somos nosotros", "nuestra historia". Aquí es donde a lo largo de la historia humana la mayoría de las personas han desarrollado su vida: su etnicidad, su género, su grupo, su religión, su profesión. En el curso de la historia, la mayoría de los seres humanos se han entendido a sí mismos en función de su identidad grupal: nosotros los agricultores, nosotros los polacos, nosotros los católicos, etc. Por eso tenían que defender a su grupo de forma tan irracional. Era todo cuanto tenían. Esto es pensamiento grupal.
Todavía puede constatarse la existencia de este tipo de pensamiento en muchas partes del mundo donde la gente no tiene tiempo, tal vez ni siquiera el vocabulario necesario para elaborar "su historia" personal. Su única identidad es la grupal. Ciertos políticos entienden mucho de esto. Esto, por supuesto, da miedo, porque tales grupos son sumamente manejables y están muy sujetos al miedo y la violencia en razón de las supuestas amenazas que se ciernen contra ellos, tal como en la actualidad puede apreciarse en gran parte de nuestro mundo. Los miembros de estos grupos apenas se conocen a sí mismos, y la única salida que les queda es vincularse a la primera o la tercera cúpula de sentido.

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La tradición bíblica valora estas dos primeras cúpulas de sentido; aunque no las denomina así, a ambas las toma en serio. Tanto el "este soy yo" como el "estos somos nosotros" forman parte del relato; la vida del individuo y la vida de la nación son escenarios de la acción de Dios. Pero la Biblia añade luego algo más. Ambas cúpulas de sentido se encuentran asimismo "conectadas con algo Infinito".

La tentación de la Nueva Era, como la del liberalismo sofisticado, es vivir exclusivamente en la primera cúpula de sentido, en el ámbito de la experiencia individual. Eso es demasiado poco. En dos palabras: contar sin cesar la "historia" de uno mismo acaba siendo aburrido y narcisista. La pregunta es siempre y para todos: "¿Cómo encaja esto en un contexto más amplio?", "¿Qué puedo hacer con mi experiencia por los demás y por el futuro?".
Otras personas más tradicionales, más conservadoras, tienden a perderse en la segunda cúpula de sentido: lealtad al grupo, identidad grupal. "Mi país, con razón o sin ella", o: "Mi religión, aun sin experiencia interior de ella", son ejemplos de este nivel de pensamiento. Todo puede convertirse en sumisión ante el líder o ante la identidad grupal. Para muchos católicos conservadores, reconocer las cosas absurdas que han dicho o realizado los papas del pasado es superior a sus fuerzas. Los estadounidenses conservadores son incapaces de criticar a su partido político, al ejército o al presidente de la nación.
A nuestro juicio, quienes se sitúan en cualquiera de los dos extremos terminan ideologizados, es decir, reemplazan la experiencia real por conclusiones predeterminadas. Ya tienen las respuestas antes de escuchar la información y aprender de ella. Tanto los unos como los otros necesitan una cúpula de sentido más abarcadora si quieren salvarse a sí mismos.

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A la tercera cúpula de sentido que engloba y regula las dos menores la llamamos "la historia". Con este término nos referimos a “los patrones siempre verdaderos”. Dudo si hablarles de este asunto a los "auténticos creyentes", porque es algo mucho más amplio y compartido que cualquier religión o confesión. Todas las religiones saludables narran la "historia" en diferentes niveles, tal y como autoritativamente enseñó el Concilio Vaticano II (Nostra Aetate 1 y 2). Por ejemplo, el perdón resulta siempre sanador, no importa que uno sea hindú, budista, católico o judío. El perdón es uno de los patrones siempre verdaderos y, por tanto, forma parte de la "historia". No existe un modo específicamente católico de dar de comer al hambriento o de cuidar de la tierra. El amor es siempre amor, aun cuando se deba a una motivación diferente.
La tradición bíblica se toma en serio estos tres niveles: “mi historia”, “nuestra historia” y “la historia”. La revelación bíblica afirma que “la única manera en la que uno puede atreverse a dar el paso” hacia “la historia” y a comprenderla en profundidad es recorriéndola y asumiendo a la vez responsabilidad por la “propia historia personal” y por la “historia del grupo al que pertenece”. Tienes que prestar oído a tu experiencia, a tus fallos, a tus pecados, a tu salvación, tienes que asumir que formas parte de la historia, de una cultura, de un grupo religioso, para bien o para mal. No puedes sanar ni “mirar honestamente” lo que no admites.
La religión fundamentalista intenta llegar de un salto al tercer nivel, a “la historia”, sin realizar el doloroso trabajo personal de la “historia individual” ni el análisis crítico, histórico y social de la “historia comunitaria”. De ahí que ese tipo de religión sea tan superficial y tan poco autocrítica.
La genialidad de la revelación bíblica consiste en que, en lugar de darnos simplemente los "siete hábitos de la gente altamente efectiva", nos concede permiso e incluso nos brinda orientación para que nos apropiemos de forma consciente de “nuestra propia historia” en todos los niveles, en todas y cada una de las partes de nuestra vida y nuestra experiencia. Dios usará todo este material, incluso lo negativo, para ofrecernos vida y amor.
¡“Esto sí” que es de verdad una buena noticia! De repente podemos tomarnos en serio nuestras vidas, con todo lo bueno y lo malo que tienen, porque Dios ya lo ha hecho antes que nosotros. No estamos atrapados en nuestra pequeña cultura e identidad grupal, ni en nuestro dolor y nuestras penas individuales. Formamos parte de la Gran Imagen y vivimos dentro de un adorable huevo cósmico lleno de sentido, donde nada es eliminado y todo nos conduce a la vida. Jesús nos enseñó a llamarlo "reino de Dios".