jueves, 7 de junio de 2018

29.- ACERTAR EN EL QUIÉN


29.- 
Noé y el arca del perdón
En Gn 7 puede leerse la famosa narración de Noé y el diluvio. Fácil de imaginar, a los niños les encanta este relato. Pero si lo dejamos para ellos, se nos escapan algunas sugerencias excelentes. El relato es una obra maestra. Dios le dice a Noé que introduzca en el arca a todos los animales opuestos: salvajes y domésticos, reptiles y aves, puros e impuros, macho y hembra de cada animal (Gn 7, 2-15).
En sí, esto resulta comprensible. Pero entonces Dios hace algo absolutamente sorprendente: ¡encierra a todos juntos en el arca! (Gn 7,16).
La mayoría de la gente nunca se percata de que Dios los encierra de verdad en el arca. Dios reúne todas las animosidades naturales, todos los contrarios, y los mantiene juntos en un mismo lugar. Yo solía pensar que era una invitación a “buscar el equilibrio” entre los aspectos contrarios existentes en mí. Pero poco a poco me he ido dando cuenta de que lo que de verdad nos enseña es a "aguantar" cosas “sin reconciliar”: dejándolas en parte irresueltas, sin darles una explicación o un final perfectos. A los cristianos no nos han enseñado bien a vivir con esperanza. El ego quiere siempre que la tormenta pase cuanto antes, desea siempre tener respuestas en el acto. Pero Pablo señala certeramente: "En esperanza somos salvados; sin embargo, una esperanza cuyo objeto se ve no es esperanza" (Rom 8,24).
El arca es, por consiguiente, una imagen de cómo Dios nos libera y nos refina. Es una imagen del pueblo de Dios mecido por las olas del tiempo llevando en sí las contradicciones, facetas contrapuestas, tensiones y paradojas de la humanidad.
Habría podido pensarse que allí dentro nos íbamos a destrozar unos a otros hasta la muerte, algo que de cuando en cuando hemos hecho. Pero esa reunión de contrarios se revela, en realidad, como escuela de salvación y amor. Allí es donde estos acontecen, en honesta comunidad y por medio de comprometidas relaciones. El amor se aprende en el encuentro con la "alteridad", como han enseñado Martin Buber y Emmanuel Lévinas. No es casualidad que ambos fueran filósofos judíos con una visión del mundo modelada por la Biblia.
Con el tiempo, a esta deferencia mutua se le dio el nombre de "perdón". "Llevad las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo" (Ga 6,2). El perdón se convierte en un elemento central de la enseñanza de Cristo, porque recibir la realidad es siempre "aguantarla", soportar el hecho de que no satisfaga todas nuestras necesidades, si es que acaso satisface alguna. Aceptar la realidad es perdonarla por ser lo que es.
Pienso que el perdón es el único acontecimiento en el que uno experimenta simultáneamente tres grandes gracias: la inmerecida bondad de Dios, la profunda bondad de aquel al que uno perdona y la propia bondad, que es asimismo gratuita. Esa es la compensación. Ello hace del misterio del perdón una incomparable herramienta salvífica. Verdaderamente, nada hay como el perdón para la transformación interior; de ahí que todos los maestros espirituales insistan en él, tanto en su faceta activa como en la pasiva.


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