miércoles, 6 de junio de 2018

74.- PODER BUENO Y PODER MALO


74.-
El poder de dominación, o lo que habitualmente conocemos como poder político, es la capacidad de influir en los acontecimientos o en otras personas por medio de la coerción, el castigo, la amenaza, el dinero, el poder de mi cargo o cualquier otra fuerza exterior. Creer que una persona puede cambiar de verdad a otra persona es una ilusión; todo lo que podemos hacer es influir exteriormente en el comportamiento o imponer una determinada conducta. (A veces, por supuesto, eso puede ser bueno y necesario, por ejemplo, con los niños y los criminales).
El problema con el poder político o de dominación estriba en que, aun cuando uno lo alcance a través de un proceso bueno, invariablemente tiene que ser conservado con ayuda de un control continuo. Y ello a menudo induce a cometer múltiples pecados (que, por alguna razón, han dejado de designarse con ese nombre). Para las personas con poder es muy difícil no obsesionarse con la administración de los hechos y los fracasos con vistas a mantener su poder. Nadie cuestionará que el poder de dominación es probablemente mucho más eficaz. En apariencia resulta incluso más efectivo: consigue que las cosas se hagan con celeridad. Pero también acarrea mucho equipaje negativo, a menudo en detrimento de la generación siguiente, algo que la generación presente, en su apresuramiento a la hora de establecer juicios, es incapaz de ver.
Los seres humanos no tenemos la paciencia de Dios. Queremos que las cosas sean hechas mañana, hoy o incluso ayer, a fin de alcanzar nuestras metas inmediatas. El poder espiritual, en cambio, es la capacidad de influir en los acontecimientos y en otras personas a través del propio “ser”. Las personas evolucionadas transforman interiormente a otros siendo “quienes son” y compartiendo su sabiduría, no a través de la mera presión exterior. “Es” un proceso más lento, pero mucho más duradero.
En general, cuanto más confía uno en la amenaza exterior, tanto menos en contacto entra con su propio poder interior. Estas dos realidades tienden a cancelarse mutuamente. Y a la inversa, cuanto más en contacto está uno con su poder interior, tanto menos necesita fuerza, amenaza o presión exterior alguna.
Yo describiría la espiritualidad como la preocupación por el propio “ser”, por las propias motivaciones y actitudes interiores, por la verdadera fuente interior de uno, en contraposición a toda preocupación primordial por el "hacer". “Si el ser es adecuado, el hacer llegará por sí mismo”. Es nuestra preocupación por las formas y éxitos exteriores la que nos hace superficiales, sentenciosos, escindidos y a menudo completamente errados sin que seamos conscientes de ello.

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