jueves, 7 de junio de 2018

22.- ACERTAR EN EL QUIÉN



22.- 
La principal ilusión vana que todos debemos dejar atrás es la ilusión de una existencia separada. Esta es casi la única tarea de la religión: “comunicar” no idoneidad, sino “unión”, reconectar a la gente con su originaria identidad "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). A este estado de separación la Biblia lo llama "pecado", y su total superación es presentada con frecuencia como tarea propia de Dios: "Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Todo lo que sabemos es que seremos semejantes a Él" (1Jn 3,2).
El término "pecado" tiene tantas connotaciones negativas en la mente del común de las gentes que hoy resulta harto problemático. Para la mayoría de nosotros no designa un estado de alienación o separación. Más bien denota insignificantes travesuras y falta de idoneidad moral de la persona.
¡Pero esto no son más que síntomas, no el estado mismo! La persona desconectada “hace” cosas estúpidas. Mas lo que tiene que ser abordado es el estado de autonomía creída o elegida; el núcleo y el sentido fundamental del pecado es la vida vivida fuera del "jardín". Nunca podemos hacernos idóneos a nosotros mismos, pero sí estamos capacitados para reconectarnos con nuestra fuente (Verdadero y Falso Yo).
"Pecado" describe principalmente un estado de vida en el que no o existe unión con Dios y la parte pretende ser el todo. Es la pérdida de toda experiencia interior de quién es uno en Dios. Ese "quién" no es algo que pueda ser ganado u obtenido. Ni algo que pueda lograrse con esfuerzo o planeado. ¿Por qué? “Porque ya lo posees”.
La revelación bíblica guarda relación con despertar, no con lograr. Tiene que ver con principios de toma de conciencia, no de actuación o rendimiento. “Uno no puede llegar allí, solo puede estar allí”; pero ese fundamental ser en Dios resulta, por alguna razón, demasiado difícil de creer, demasiado bueno para ser verdad. Solo los humildes pueden acogerlo, porque dice más sobre Dios que sobre nosotros mismos. (De ello hablaremos más extensamente en el capítulo 8.)
El ego, sin embargo, convierte todo en ello en logro y conquista; y a partir de ese punto, la religión deviene un concurso de méritos e idoneidades en el que todos salimos perdiendo, algo que no pasa desapercibido a quien es honesto. Muchos abandonan por completo el itinerario espiritual cuando se percatan de que no son capaces de estar a la altura del principio de rendimiento. No quieren ser hipócritas. Esto lo observamos sobre todo en varones.
Sin embargo, la unión con Dios tiene que ver con la toma de conciencia y la reorientación; es una revolución copernicana de la mente y el corazón que a veces se denomina "conversión". ("Copérnico fue, por supuesto, el primero que en el siglo XVI sostuvo que la Tierra orbitaba alrededor del Sol, no al revés: ¡una revelación en verdad convulsionante!). A la conversión, a esa maravillosa y profunda iluminación interior, le seguirá seguramente todo un conjunto de nuevas conductas y estilos de vida. No se trata de que, “si” me comporto de forma moral, entonces soy amado por Dios; más bien, primero debo experimentar el amor de Dios y luego, casi con naturalidad, actuaré moralmente.

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