jueves, 7 de junio de 2018

23.- ACERTAR EN EL QUIÉN


23.- 
¿Por qué empezamos siempre la casa por el tejado? Dios es la casa, y nosotros siempre el tejado; pero recuerda que el ego (léase "falso yo" o "yo menor") quiere inevitablemente llevar las riendas.
Para que te des cuenta de esto, quiero invitarte a entender las Escrituras hebreas y las Escrituras cristianas como un único y completo libro, una antología de relatos inspirados, con un comienzo, una parte central y un final. Léelo como un texto guiado.
Léelo como una inspiración cuyo significado primordial es que Dios propicia que poco a poco se desarrolle la conciencia del lector, de suerte que ésta pueda alcanzar una comprensión cada vez más clara de sí misma como amada de Dios. Los textos bíblicos, cuando se leen con "pobreza de espíritu" (Mt 5,3), nos aclaran quiénes somos y nos explican la historia. En cambio, cuando se leen desde el convencimiento de estar haciendo valer un derecho, como si nosotros poseyéramos algo, nos confieren por desgracia una ilusoria capacidad de explicar a los demás quién y cómo es Dios.
Dios no cambia en el texto, nosotros sí. ¡Las palabras escritas están inspiradas en tanto en cuanto nos inspiran y nos cambian “a nosotros”! Y aquí empleamos el sentido literal del verbo "inspirar": "infunden en nosotros" una vida más amplia. Si no logran eso, las palabras escritas no están en absoluto "inspiradas", al menos no para nosotros.
He conocido muchas personas que creen en toda clase de textos inspirados, pero carecen de vida y del "aliento" que fue soplado en la nariz de Adán. "Se me acercan, pero sólo en sus palabras": esto es lo que tanto Isaías como Jesús denominaron "honrar con los labios" (Is 29,13; Mt 15,8).
La "invasión" del alma por Dios nos hace cada vez más conscientes, nos capacita para un amor cada vez más y más profundo. La Biblia posibilita una enorme liberación, una libertad casi excesiva para nosotros. Nótese la amedrentadora oferta del comienzo mismo: «Puedes comer de “todos” los árboles del jardín» (Gn 2,16), salvo de uno. Esa libertad es mayor de lo que tú o yo jamás nos arriesgaríamos a asumir.
A lo que parece, Dios no tiene miedo de cometer errores. Se sabe capaz de dar la vuelta a cualquier situación... para bien. En la economía de la gracia que creará el texto recién citado no existen callejones sin salida. Así, Dios nos permite tantear el terreno y comer de casi todos los árboles del jardín. Lo cual infunde miedo, pero Pablo, como es habitual, nos brinda la afirmación cimera de este hecho: "Para ser libres Cristo nos ha liberado" (Ga 5,1). Jesús lo vive en su culminante aliento perdonador (Jn 20,22), en el cual libera eternamente a la humanidad de toda vergüenza y culpa.

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