miércoles, 6 de junio de 2018

66.- EL CUADRILÁTERO


66.- 
Hace años, en un congreso, impartí una conferencia conjuntamente con el padre Richard McBrien. ¡Los oyentes nos interrumpían llamándonos "liberales" y otros "insultos" parecidos! Richard McBrien, que tiene de teólogo mucho más que yo, tomó el micrófono y dijo: "Queridos hermanos y hermanas, si queréis que haya más gente como Richard Rohr y yo, lo único que tenéis que hacer es retornar a la vieja Iglesia de ley y estructura, porque somos fruto de ella! Ambos fuimos educados como católicos conservadores y respetuosos de la ley, y ese continente es el que nos ha llevado a hablar como hoy lo hacemos". Ninguno de los dos hemos abandonado aquellos valores; de hecho, ¡son los mismos valores que nos fueron enseñados por las Escrituras y por la Iglesia los que nos permiten criticar a ésta! ¿Te resulta sorprendente? “En realidad, es el patrón habitual”.
Lo que nos ha permitido avanzar hacia la libertad real es el hecho de que comenzamos por leyes morales y expectativas claras respecto de las figuras de autoridad, lo que impuso buenos y necesarios límites a nuestro egocentrismo natural. Supongo que es muy probable que también tú tuvieras unos comienzos más bien conservadores. Cualquier buen psicoterapeuta te dirá que la previsibilidad, el orden y la tradición son en realidad el único modo de dotar al ego de una estructura sana en sus primeros años.
La Torá, la Ley, es el mejor lugar, el más útil, de donde partir, pero no el lugar adecuado para permanecer ni tampoco, ciertamente, el lugar al que ir a parar. Como dice Pablo, "la letra mata, el Espíritu da vida" (2Cor 3,6).
Esto lo entendió bien el jesuita alemán Karl Rahner, posiblemente el mejor teólogo católico del siglo XX. Escribió libros y libros a medida que la Iglesia se redescubría a sí misma antes, durante y después del Concilio Vaticano II. En una obra publicada en 1972, “Cambio estructural de la Iglesia”, Rahner escribe: "Debemos mostrar a los hombres y mujeres de hoy al menos el inicio del camino que lleva de forma creíble y concreta a la libertad de Dios. Pero que no quepa duda: la libertad es la meta. Allí donde los hombres y mujeres no han comenzado aún a vivir la experiencia de Dios y del Espíritu de Dios que nos libera tanto de los más profundos miedos existenciales como de nuestra interminable culpa, allí carece en realidad de sentido anunciarles las normas éticas del cristianismo". Pero justo eso es lo que hacemos. Por desgracia, la mayoría de las personas no consideran la ley un fracaso, sino más bien una consumación.

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