jueves, 7 de junio de 2018

19.- INFORMACIÓN NO EQUIVALE NECESARIAMENTE A TRANSFORMACIÓN


19.- 
Heridas sagradas. Todos los niveles inferiores adquieren un significado trascendente si logramos relacionarlos con la "historia". Incluso nuestras heridas se convierten en sagradas al contemplarlas dentro de la Gran Imagen. Los cristianos aprendemos a identificar nuestras heridas con las de Jesús y con los sufrimientos del cuerpo universal de Cristo (Flp 3,11-12; Col 1,24-25).
Uno de los temas osados que se desarrollan en la tradición judío-cristiana y que alcanza su plenitud en la crucifixión de Jesús es el reconocimiento de la importancia cósmica y personal del dolor y el sufrimiento humano. Lo vemos sobre todo en los cuatro "cánticos del Siervo" de Isaías (Is 42-53), en el relato de Jonás y en libro de Job.
Jesús cita a Isaías con mayor frecuencia que a cualquier otro profeta; elabora lo que ya en su tiempo admitía la tradición judía. Por ejemplo, cabe afirmar que el relato de Job constituye la cima y la síntesis de la respuesta creyente del AT al sufrimiento. También podría decirse que la "historia" de Jesús es análoga a la de Jeremías, el profeta que alza la voz, pero no encuentra reconocimiento alguno. Jesús es Job, solo que ¡crucificado!
“El dolor nos enseña algo del todo contrario a la intuición común: que debemos bajar antes de saber qué significa subir”. Por lo que respecta al ego, casi todas las religiones enseñan de un modo u otro que todo "debe morir antes de morir". Parece que el sufrimiento, sea de la clase que sea, es lo único suficientemente fuerte para desestabilizar nuestra arrogancia e ignorancia. Yo definiría el “sufrimiento” de forma muy sencilla como "toda situación en la que uno ha dejado de tener el control".
Si la religión no es capaz de encontrar un sentido para el sufrimiento humano, la humanidad se enfrenta a un grave problema. Todas las religiones saludables nos muestran cómo afrontar el absurdo, la tragedia, el sentido y la injusticia. “Si no transformamos nuestro dolor, sin lugar a dudas lo transmitiremos”.
Si no hallamos el modo de transfigurar nuestras heridas en heridas sagradas, nos convertiremos inexorablemente en personas negativas o amargadas. De hecho, personas amargadas las hay en todas partes, dentro y fuera de la Iglesia. A medida que transcurre su vida, tales personas acumulan heridas, decepciones, traiciones y abandonos, así como la carga de su propia pecaminosidad y desgarradura, hasta el punto de que ya no saben qué hacer con todo ello.
Si no existe ninguna forma de hallar un sentido más profundo a nuestro sufrimiento, de descubrir que “Dios está de algún modo presente en él” y puede incluso usarlo para bien, por regla general nos cerraremos a cal y canto. El movimiento natural del ego es protegerse para no ser herido de nuevo.

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