miércoles, 6 de junio de 2018

80.- PODER BUENO Y PODER MALO


80.-
El ego humano probablemente odia el cambio más que ninguna otra cosa y, por tanto, se resiste a todo llamamiento a la vulnerabilidad o a lo que pueda parecer una pérdida de control. ¿Recuerdas a Gedeón en Jueces 6-7 ¡Qué relato más contrario al sentido común! Dios tiene que reducir las tropas de Gedeón de veintidós mil hombres a trescientos. Yhwh se justifica: «No sea que luego Israel se me gloríe diciendo: "Mi mano me ha dado la victoria"» (Jue 7,2).
Dios ha de enseñar al pueblo que existen alternativas a la fuerza bruta. Si todo lo que le enseñan a uno es el arte del martillo, cualquier cosa en su vida la percibirá como un clavo más. Con el tiempo, esta sabiduría más amplia se concreta en virtudes como comunidad, paciencia, perdón y, francamente, "inteligencia" (cf. Lc 16,8 y la parábola precedente del administrador astuto).
Pero ¿qué necesidad tenían las Escrituras de adoptar una posición tan extraña y absolutamente contracultural? ¿Cómo puede esperarse de cualquier persona práctica que crea en ello y lo viva? El poder de dominación parece acompañar a nuestra testosterona; de ahí que este sea con frecuencia un tema espiritual para varones.
Es posible que Dios no pueda arriesgarse a entregar poder a nadie salvo a quienes se hayan percatado de la vanidad de sus ilusiones y hayan situado su identidad en algún otro lugar. Todos los demás abusarán del poder, pero también de la religión. Así, incluso las tres tentaciones de Jesús antes del comienzo de su actividad pública son tentaciones relativas al abuso de poder (Mt 4,1-11). Si hasta Jesús tuvo que hacer frente a estos perennes "demonios", seguramente todos y cada uno de nosotros deberíamos suponer que son ellos quienes están al mando de nuestro ser... hasta que llevemos a cabo una cirugía mayor. Llámala conversión, arrepentimiento o “metanoia”.
Es el yo absolutamente falso el que presentamos para que sea convertido, y el mero hecho de adherirnos a un nuevo grupo o vivir una experiencia emocional de Dios no suele convertir a ese yo en un nivel más profundo, si es que lo convierte en alguna medida. La verdadera conversión es obra de una vida entera de gracia, sumisión y oración.

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