miércoles, 6 de junio de 2018

96.- EL FILO DE LA NAVAJA: SABER Y NO SABER


96.- 
La “Divina Comedia” de Dante se divide en tres partes; el poeta italiano escribió el "Infierno" y el "Purgatorio" de joven, pero esperó hasta el final de su vida para componer el "Paraíso". Aun hoy es el menos leído de los tres libros, porque resulta difícil hablar sobre la unión, sobre Dios y sobre la eternidad con diáfana credibilidad o con relatos de testigos oculares. Uno tiene siempre la impresión de que el autor está esforzándose por encontrar las palabras adecuadas, y el lector sabe que se trata de una mera aproximación. Suele sonar a poesía etérea.
Lo mejor que pueden hacer los autores espirituales es imitar de algún modo las palabras de los serafines a Isaías. "¡Santo, santo, santo!" (Is 6,3). Quizá hoy diríamos: "¡Impresionante, impresionante, impresionante!" A la vista de tal inefabilidad, la primitiva Iglesia se limitaba a balbucir en lenguas (1Cor 14), pero, por alguna razón, aquello cayó en desuso o fue erradicado, y tuvo que ser redescubierto de cuando en cuando -incluso en mi propia ciudad natal, Topeka, Kansas, en 1900, cuando se fundó el moderno movimiento pentecostal.
Esa es la razón por la que predicadores y maestros experimentan tantas dificultades, y seguramente también la razón por la que recurrimos a nuestro propio "lenguaje infernal" de recompensa y castigo, un lenguaje claro en su dualismo. Se convierte en un sucedáneo de -y una cortina de humo que oculta- la verdadera meta de la religión, que es siempre la unión con Dios. Fuego y azufre, lenguaje moralista, al menos es percibido como algo a lo que uno puede agarrarse, como algo que coloca cada cosa en el lugar que le corresponde. Suscita en nosotros una sensación de claridad y certeza sobre quién es quién, sobre quién está donde y por qué. Y eso nos gusta.
En cambio, lo mejor que podemos hacer en relación con el cielo es hablar de arpas, nubes, túnicas blancas y hojas de palma (cf. Ap 5,8 y 7,9), lo que resulta siempre un tanto decepcionante, al menos para mí. Pero eso se debe, digámoslo una vez más, a que de lo mejor y más importante no es posible hablar. Tan solo puede ser experimentado; y si luego uno trata de decir algo al respecto, enseguida se percatará de que ha visto "a través de un cristal oscuramente" (1Cor 13,12). Ni los mejores intentos de uno dejarán de ser mero balbuceo y tartamudeo en busca de palabras suficientemente apropiadas.
Ahora bien, las cosas que siguen a éstas en importancia y que, según Zimmer, "siempre se malentienden" son aquellas que se limitan a señalar a lo mejor y más importante. Me refiero a disciplinas como la filosofía, la teología, la psicología, el arte y la poesía, todas las cuales, al igual que la Sagrada Escritura, son con facilidad objeto de malentendidos.

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