miércoles, 6 de junio de 2018

55.- PERSONAS CON UN ROSTRO


55.- 
En un hermosísimo párrafo de 2 Corintios constatamos que san Pablo ha entendido lo anterior. Allí escribe: "Y nosotros todos, reflejando con el rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando a su imagen con esplendor creciente" (2 Cor 3,18).
No tienen que ver con ser perfectos. Tiene que ver con mantener la relación, aferrándonos a la unión tan firmemente como Dios se aferra a nosotros, con permanecer allí. Al que todo lo conoce y todo lo recibe, cual espejo, no le cuesta perdonar. No se trata de estar en lo cierto, sino de estar conectado.
Durante un retiro escribí en mi diario: «¡Qué gran acierto tuviste, oh Dios, al hacer de la verdad una relación en vez de una idea! Ahora entre Tú y yo se abre un espacio para la conversación, para la excepción, para las infinitas comprensiones que brotan de la intimidad, para la posibilidad de devolver y de darte algo a ti, como si yo pudiera devolverte algo a ti. Me ofreces la posibilidad de reparar, de complacer, de disculparme, de cambiar, de someterme. Hay espacio para diversas fases y para el sufrimiento, para la pasión mutua y la conmiseración mutua. Hay espacio para cualquier actitud recíproca».
Ahí radica la genialidad de la tradición bíblica, Jesús se ofrece a sí mismo como "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), y de repente todo se centra en el compartir de nuestra persona en vez de en cualquier pugna sobre ideas. No me cabe duda de que esa afirmación encontrará mucha resistencia y será objeto de abundante crítica, porque “uno siente que tiene la situación mucho más controlada cuando piensa que está en lo cierto que cuando mantienen la relación adecuada”. Me temo que siempre nos resistiremos a la verdad práctica y relacional en aras de abstracciones.

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