jueves, 7 de junio de 2018

25.- ACERTAR EN EL QUIÉN


25.- 
Vergüenza originaria
El primer acto de la revelación divina es la propia creación. Yo la llamo la primerísima Biblia de la naturaleza misma, escrita aproximadamente catorce mil millones de años antes que la Biblia de palabras. Dios habla primero a través de “lo que es”, como hemos visto que afirma Pablo en uno de los epígrafes que preludian este capítulo.
Sin embargo, resulta interesante el hecho de que, conforme al relato bíblico, la creación se realice progresivamente a lo largo de siete días, casi como si ya en aquellos antiguos tiempos hubiera existido una intuición de lo que más tarde se daría en llamar "evolución": una explicación bastante convincente de la gradual creación del mundo por parte de Dios y a la que la mayoría de los cristianos no se oponen, a pesar de unas cuantas voces críticas que se hacen oír.
Es evidente que esta creación acontece a lo largo del tiempo, y la única afirmación espiritual del Génesis es que fue Dios quien la puso en marcha. Al autor bíblico no le interesa la forma exacta en que se llevó a cabo, ni tampoco el cuándo y el dónde, sino tan solo “el hecho” en sí. El Génesis no pretende ser una explicación científica; se trata a todas luces de una elucidación espiritual del sentido, la gloria y la procedencia de la creación. Pero las mentes dualistas son incapaces de integrar ideas y prefieren pensar en términos disyuntivos. El pensamiento primitivo es casi enteramente dualista, porque conoce por diferenciación. La mente de santos y místicos, en cambio, tiende en gran medida a ser no dualista. Ellos ven ‘todos’ en vez de ‘partes’.
¿Te has dado cuenta, sin embargo, de que en los días tercero, cuarto, quinto, sexto y séptimo se dice que lo creado por Dios es "bueno" (Gn 1,9-31)? ¡Pero la mayoría de las personas no se percata de que en los dos primeros días no se pronuncia idéntico juicio? El primer día tiene lugar la separación de la tiniebla y la luz, y el segundo día la separación de los cielos arriba y la tierra abajo (Gn 1,3-8). La Biblia no dice que esto sea bueno, porque no lo es. La razón de que Jesús sea el icono de la salvación para tantos de nosotros radica en que él mantiene así maravillosamente unidos el cielo y la tierra, invitándonos a nosotros a hacer otro tanto.
El resto del trabajo de la Biblia consistirá en volver a unir en un lugar concreto esos supuestos contrarios: tiniebla y luz, cielos y tierra, carne y espíritu. Nunca han estado realmente separados, pero recuerda que el "pecado" piensa que sí. Nuestra propia tradición franciscana, en especial la de san Francisco y san Buenaventura, enseñó con gran acierto esta unidad. Entendieron a todas las criaturas como reflejos del Creador. Es lo que se llama "espiritualidad encarnacional" o "espiritualidad de la creación".

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